El Niño. Un amor que no acaba nunca. Parte I

4 años, descalzo, sin camisa, sólo con un short sucio. «Tía, tiene una moneda», «Mirá, voy a comprar unos libros aquí a la vuelta, pregúntele a su mamá si puede ir conmigo a comer alguna cosa», «Sí tía».

Entro a la biblioteca y casi al mismo instante entra él, El Niño. «Mi mamá dijo que podía ir». No es por nada, pero no tenía como confirar en él, así que pagué rapidamente los libros, lo tomé de la mano y fui a buscar a su mamá. En la esquina del jardín de un banco, estaba arrecostada una «carreta» llena de periódicos, cartones, etc. Abajo, dormían la mamá y el padrastro de El Niño.

Me asomé y entre latas de cerveza y alcohol le pregunté a la señora si podía llevarme al niño a comer algo. Ella un poco deslumbrada por el sol medio me miró y dijo que sí.

A la vuelta había un Mc Donalds, y claro, El Niño quería comer ahí, y yo «Estás loco, ni pensarlo, vamos a una sodita, pero después podemos comprar un helado y así podemos usar los juegos del Mac».

Comimos en la sodita, las personas se nos quedaban viendo extraño, claro, qué hacía yo con un niño de 4 años sin zapatos y sin camisa sentada en una sodita. Cuando terminamos nos fuimos por el helado, él no quiso, pero yo sí, así que lo compramos y nos fuimos a los juegos. Sólo estábamos él y yo, lo extraño es que en vez de jugar con los aparatos, él se quedó la mayoría del tiempo subiéndose en un muro y brincando sobre mí, yo lo volvía a poner en el muro y él brincaba, y así cientos de veces, como consiguen hacerlo los niños, pero descubrí mi casi infinita paciencia. Sentir su abrazo, sus besos, su mirada de cariño me hacía olvidar cualquier noción de tiempo. Tanto que después de un rato vi a su mamá por la ventana, lo estaba buscando.

«Puedo verlo el final de semana, puede ir conmigo a mi casa…», «Claro, pase el sábado». «El sábado paso, te lo prometo», «No, usted no va a venir», «Voy a venir, mirame a los ojos y decime si confiás en mí, yo voy a venir».

El sábado pasé, los encontré en la misma esquina, en el jardín del banco, ellos dormían ahí. Me vió y salió corriendo a abrazarme. Esta vez llevaba unas sandalias, una camiseta y un short, pero estaban muy sucios, él había hecho sus necesidades en su ropa y olía muy mal. Nos fuimos caminando y llegamos a una calle con muchas tiendas, fuimos a comprar una ropita y unas tenis, las vendedoras nos veían como si fuéramos extraterrestres.

Nos fuimos a mi casa, él llegó al cuarto, se quitó la ropa, la dejó doblada en una esquinita y lo metí al baño. Él adoró el agua, pasó mucho tiempo ahí, mientras él disfrutaba del agua yo veía si podía rescatar algo de su ropa, pero estaba tan sucia que sólo pude rescatar la camiseta porque el short no tenía condiciones de volverse a usar.

Lo tomé con una toalla y lo llevé al cuarto para ponerle la ropa nueva. Lo vestí y lo peiné, bueno, él se peinó, porque no quiso que yo lo hiciera, ya estaba grande para esas cosas. Y nos fuimos a pasear al parque, él corría y yo corría atrás, él bricaba y yo brincaba, él me enseñaba el mundo. Él siempre tuvo esa actitud, de quien conoce más que yo y yo lo dejaba porque para él era importante enseñarme algo, y la verdad fue un gran maestro.

Le tomé fotos en el parque, él me tomó fotos. Y así surgió un lindo amor entre El Niño y yo, la Tía.

Después por la noche lo fui a dejar con su madre, se me partía el corazón de saber que lo estaba dejando allá para dormir en el suelo, debajo de una carreta en el jardín de un banco, pero no podía quedarse conmigo, él tenía su madre y bueno, yo era sólo su tía postiza.

Así pasaron varios finales de semana, conociendo el mundo por los ojos de El Niño. En la calle era interesante porque él siempre le pedía cosas de comer a las personas y yo le decía «no es necesario que le pida comida a las personas, dígame a mí y nosotros buscamos una solución», pero claro, él sobrevivía toda la semana así, yo no podía esperar que no lo hiciera el único día que estaba conmigo.

Él hablaba muy bien, sabía pedir lo que quería, era muy ordenado y todo eso me conquistó. Yo no tengo hijos, siempre pensé que no tendría paciencia para ellos, pero con El Niño me descubrí paciente, alegre, me decubrí mamá y descubrí ese inmenso amor incondicional, que quiere educar, que quiere siempre lo mejor, que se pregunta cómo tener equilibrio entre disciplina y cariño, entre dar pero no conceder siempre, entre educar y ser educada. Con él supe lo que era caminar por la calle sintiéndose orgullosa de ser mujer, sintiéndome orgullosa de llevar un niño dormido en brazos, sintiéndome orgullosa de poder dar vida, aunque él no fuera mi hijo, aunque él tuviera su propia madre. Pero él fue mi gran profesor, por él descubrí muchas cosas de mí y me supe capaz de dar vida.

Un día llegué a buscarlo y no estaba donde siempre, ellos ahora vivían en una casa ocupada con muchas familias, una casa sucia, que olía a mierda, porque las personas se hacían en cualquier lugar. Entré a la casa y no los encontré, un hombre mal encarado me dijo, «Ellos no están más aquí». Nadie más me quiso responder mis preguntas. Salí desesperada por la calle buscándolos, cuando vi una señora que los conocía, «Usted vio al niño y a su mamá», «El novio de ella le pegó y parece que la mató porque ella tenía SIDA , estaba embarazada y no le había contado nada a él, El Niño no sé dónde está».

Fui a la Iglesia más cercana, porque sabía que ellos les daban comida los sábados por la tarde. Toqué el timbre, toqué la puerta, llamé por teléfono y nada. Casi derrumbo el portón de la Iglesia y nada.

El Niño, dónde está El Niño…

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