Luiza en la tierra de los recordados

«Mamá, usted tiene un bebé en la pancita», esa fue su frase un día que íbamos en el bus hacia un parque. Mi hija de tres años y medio lo tenía claro, yo tenía un bebé en la pancita.
Todo empezó meses atrás con el encuentro de un amor, pero la historia de ese amor la contaré después. Mi compañero y yo decidimos que queríamos tener un hijo/a y lo/a tuvimos. De la primera vez que quise embarazarme fue lo mismo, tomamos la decisión y listo, al mes siguiente yo estaba embarazada. Solo que el desarrollo de la historia esta vez fue muy diferente.
Nos fuimos unos días a la playa, y claro, como toda pareja que quiere tener un hijo y hasta las que no quieren, tuvimos sexo, sexo y más sexo, por la mañana, por la tarde, por la noche, con calor, en un día lluvioso, lento, rápido, aquel sexo libre de cualquier culpa, con ganas, con deseo, sin miedos…cómo es bueno tener sexo sin miedo al embarazo, porque precisamente un embarazo es lo que uno quiere.
Y como ya lo dije, soy tiro al blanco, quise quedar embarazada y quedé. Dos semanas después me fui de viaje con mi hija sin saber que estaba embarazada. Aunque mi hija ya venía diciendo que quería tener una hermanita y que se llamaría Luiza. Aún en el avión sentí un sangrado y pasé sangrando los próximos 08 días. Ingenuamente pensé, bueno, esta vez no lo logramos, pues será esperarse al próximo mes cuando yo vuelva de viaje. Aunque sí había algo extraño, yo me sentía embarazada, me sentí desde que volvimos de la playa, tenía antojos, mi cuerpo estaba diferente, yo sentía vida dentro de mí.
Pero pasados los 08 días del sangrado, este paró y a los dos días volvió y paró y dos días después paró. Estábamos mi hija y yo con una amiga en la playa y mi amiga me llevó a una farmacia para comprar una prueba de embarazo. Mi hija fue a dormir, mi amiga se quedó en la terraza, fui al baño. Primero fue una rayita tenue, después estaba claro. Era positivo. No sabía si alegrarme o ponerme triste, no sabía si celebrarlo o salir corriendo al médico para saber si mi hijo/a estaba vivo/a.
Apenas volvimos a la ciudad fui a la ginecóloga. Me hicieron un ultrasonido y no aparecía nada, no había bebé en ninguna parte. Entonces me mandaron exámenes de sangre y la hormona estaba alta, pero no lo suficiente para ser un embarazo, y repetimos los exámenes por tres días y la hormona continuaba subiendo, pero no lo suficiente. En medio de todo esto fue que pensé que probablemente había estado embarazada, pero que lo había perdido. Mi hija me preguntó y yo le dije que yo había tenido un bebé, pero que el bebé ya estaba en la tierra de los recordados (término que usamos para decir que alguien murió). Pero ella con sus 3 añitos y una enorme convicción me dijo «Mamá, usted tiene un bebé en la pancita» y yo le insistí que ya no y le pregunté que por qué ella decía eso y me respondió «porque sí, porque yo sé».
Después descubrimos que todo indicaba que era un embarazo ectópico en la trompa de Falopio. O sea, sí, yo tenía un bebé, pero él no estaba donde debería. Me fui a hacer otro ultrasonido una semana después del primero. Ahora sí se veía el saco gestacional y efectivamente estaba en la trompa de Falopio. La persona que hizo el ultrasonido fue la única que en toda esta historia me miró y me dijo «lo siento mucho». Es extraño, para las otras personas parecía todo tan normal, tan como que no pasaba nada, e inclusive no creían que yo estaba pidiendo este bebé, asumían de primera que había sido un accidente y no un pedido.
Solo me quedaba correr para el hospital y ver si existía la posibilidad de que usaran algún medicamento para interrumpir el crecimiento del bebé o si tenían que operarme.
Fui al hospital público y la procesión que había empezado días antes se puso aún más lenta. Esperaba en la sala de emergencias, una muchacha a punto de parir, demoraban en atenderla, ella caminaba por toda la sala, sola, soplando del dolor. La enfermera le dice «mamita, siéntese». Sí claro, pensé yo, es fácil decirle que se siente cuando no es uno el que está en dolores de parto. Tiempo después la hacen pasar. Después voy yo. Me atiende una doctora bien joven, ve mi ultrasonido, se lo lleva a su jefe e inmediatamente me hacen otro ultrasonido que confirma el diagnóstico. Seré internada inmediatamente.
El mundo se me vino abajo, estoy en el país en el que nací, pero no en el que vivo. No me siento cómoda aquí, estaba de paseo, no quiero quedarme más, quiero irme a mi país, a mi casa. Se me salen las lágrimas durante el ultrasonido. El médico habla por el celular con un amigo mientras me hace el examen y al mismo tiempo le explica a la doctora joven todo. Me hacen ponerme la bata del hospital y me dejan en una silla esperando. Espero, espero, espero…
Finalmente me suben, llego a un cuarto con 4 camas, todas vacías, estoy sola. Cada 10 minutos pasa alguien a hacerme las mismas preguntas. Fecha de la última menstruación, cuál método anticonceptivo estaba usando, cuántos años tengo, etc, etc…Me pregunto, qué les cuesta leer el expediente para no tener que preguntarme lo mismo tantas veces. Me sacan sangre, van a ver el nivel de las hormonas, si es bajo pueden aplicarme el medicamento, si no, pues toca operar y me toca quedarme tres semanas más en ese país que me vio nacer, pero que no es mi casa.
Sentada sola en la cama pienso en mi hija. Le dije que ya volvía y no volví. Ahora está con mi mamá. La llamo y le explico, mi hija se queda tranquila. Lo siento mucho por ella, no quería que se quedara sin la mamá esos días. Pregunto cuándo saldrá el examen y me dicen que al día siguiente probablemente.
Llega la noche, estoy intentando dormir y cuando lo consigo me despiertan para tomarme la presión. A cada rato me toman la presión. Quiero dormir. Confío en que me podrán el medicamento y podré irme.
Durante la noche prenden las luces, ingresan a dos personas. Una es una chica de 14 años, tuvo un aborto. Está sola, llora desconsoladamente, le hacen mil preguntas, le dicen que si sabe por qué está ahí, le preguntan de una forma grosera, la escucho llorar y llorar, de nuevo viene alguien a preguntarle lo mismo. Las preguntas suenan acusadoras, la juzgan, se escucha eso en la voz de quienes la entrevistan. Le dicen que al día siguiente a las 07h tiene que estar ahí su papá o su mamá. Ella explica que su celular se quedó sin batería, que cómo hace. Ellos le responden que vea cómo hacer, que lo tiene que resolver. Finalmente la dejan en paz. Ella llora.
Después llega la otra también en medio de la madrugada. Otro aborto. La entrevistan. Tiene 21 años, un hijo de 3 años y hace 5 meses había tenido un aborto, es extranjera. Su novio tuvo un accidente de moto y está también en el hospital. Está sola. Pero esta no llora, esta está tranquila, responde calmadamente a las preguntas. Está tan tranquila que hasta parece extraño. Su voz suena a la de alguien que está contando algo muy cotidiano.
Finalmente consigo dormir un poco. Temprano pasan de nuevo a medirme la presión. Pregunto si ya salió el resultado del examen, me dicen que eso me lo dirá el médico. Llega el médico y me dice que hay que esperar el resultado. Después me llevan a hacerme otro ultrasonido. Más tarde viene la doctora y me dice, «pues parece que sí es un ectópico». Y yo me digo, gran novedad, eso lo sabíamos hace días, yo solo quiero saber si me van a poner el medicamente o me van a operar. Hasta ese entonces me tienen en ayunas.
Llega la mamá de la chica de 14 y le dicen que a ella no le corresponde ese hospital y la trasladan a otro hospital. Yo sigo esperando el bendito examen y con hambre. Pasa todo el día y nada del examen. Me vienen a sacar sangre nuevamente, me dicen que es para hacerme el examen de hormonas. Les digo que ya me lo hicieron el día anterior, me dicen que tienen que hacerlo de nuevo. Llega la tarde y pregunto y me dicen que los exámenes llegan en la madrugada. Les pregunto si puedo comer, ya es de noche y me muero de hambre. Finalmente me dejan comer y beber agua.
Durante el día llegan dos pacientes más, una señora de media edad a la que le van a sacar todo el útero y otra señora mayor con un cáncer en el seno. La señora mayor está sufriendo porque es alcohólica y está en abstinencia.
Llega la noche, intento dormir. No puedo, a cada rato encienden las luces para tomarme la presión y de las compañeras de cuarto. Estoy brava con todo esto. Yo quería salir y hacerme el examen y traerlo, porque todo dependía de él y ese examen que en un laboratorio duraba 30 minutos, en el hospital ya estaba demorando más de 2 días. Ya quería irme, salir, ver a mi hija, devolverme a mi país. Saber qué iba a pasar conmigo. Lo peor era no saber…
Finalmente me dormí, a la mañana siguiente ya estaba un poco más tranquila, pero quería saber del examen. Todavía no estaba en mi expediente, una estudiante bajó hasta el laboratorio para ver qué había pasado y resulta que le dijeron que el examen lo habían subido el día anterior. Lo buscaron y finalmente se dieron cuenta de que lo habían traspapelado y que según el resultado sí me podrían poner el medicamento. Me lo pusieron y yo feliz porque sí me iba a poder venir para mi casa.
Al llegar a Brasil lo primero que hice fue hacerme un nuevo examen, a partir de ese resultado sabría si el medicamento funcionó o no. Malas noticias, la hormona estaba igual, no había funcionado el medicamento. Amaya continuaba teniendo razón, yo tenía un bebé en la pancita como ella decía. Con el examen en mano la dejé a ella en la escuela y me fui al hospital con mi compañero. Me dijeron que me tenían que hacer un nuevo ultrasonido para ver si aplicaban una nueva dosis del medicamento o si tendrían que operarme.
En la sala de espera mientras llegaba mi turno para el ultrasonido, quise llorar, pero no quería hacerlo ahí, me sentía muy expuesta. Le dije con cierta rabia a mi compañero que por favor, que no pusiera esa cara de tristeza, que necesitaba de él entero, porque yo no podía debilitarme en ese momento y que él me daba fuerza. Fue un momento muy difícil para los dos, yo estaba armada, intentando no sentir en aquella sala llena de mujeres, 100 tal vez, algunas embarazadas.
Cuando me hicieron el ultrasonido lo vi, su corazón estaba latiendo, ahí estaba él/ella sobreviviendo, sin placenta, en un tubo y creciendo. Lo que podría ser una linda noticia, o sea, saber que tu hijo está vivo, de alguna forma era mala, porque no hay condiciones de que pueda sobrevivir y ya con latidos la operación es inminente, con el riesgo de que me tuvieran que quitar una trompa de Falopio.
Salí con mi compañero y le di la noticia, vi como su rostro se llenó de preocupación. Yo continúe armada, fuerte, caminé con prisa hasta donde estaba la doctora y le entregué el ultrasonido, inmediatamente me internaron. Sobre mi estadía en el hospital no voy a contar mucho. Más que en el momento en el que me llevaron al quirófano me sentí como en una película, pensé que esa toma de lo que el paciente ve mientras lo llevan en la camilla era eso, una escena de cine, nunca pensé que vería todo desde ese ángulo. Un paciente llevado por extraños a un lugar muy frío.
Cuando llegué al pre-operatorio llegó el anestesista y me dijo que me harían anestesia general y le pregunté por qué. Se quedó en silencio y me dijo que no sabía explicar. Claro que sentí desconfianza, un rato después vino su jefa y me preguntó por qué yo no quería anestesia general y le expliqué que no era que no quería, no tenía ninguna cosa contra las decisiones de ellos, pero quería simplemente saber por qué, que me explicaran. Ahí la doctora me explicó todo muy claramente, con lujo de detalles lo que sería realizado y el por qué de la anestesia general. Me volví para el anestesista que no me había sabido responder y le dije, bueno, la próxima vez estudie mejor. La doctora se rió y me dijo, «es que yo tengo un añito más de experiencia que él».
Imagínense, usted le pregunta a una persona en las manos de la cual está su vida el por qué de un procedimiento y esa persona no sabe. Yo creo que no están acostumbrados a que les pregunten nada. Y claro, yo me la pasé todo el tiempo preguntando, sobre lo que me aplicaban, el por qué de cada medicina, el por qué del procedimiento, etc. Ellos son médicos pero no son dioses incuestionables, algunos se lo tomaban a mal, otros eran bien tranquilos y explicaban todo.
Después sólo sé que me llevaron al quirófano y les recordé que era la trompa derecha en la que estaba el embrión, porque yo iba con miedo de que se equivocaran e intervinieran la otra, porque antes de ir para el quirófano una de las compañeras de cuarto, un tanto sádica claro, me contó que unos días atrás los médicos se habían equivocado y a una paciente a la que le tenían que hacer un legrado por causa de un aborto espontáneo, le quitaron el útero y a una viejita a la que le tenían que quitar el útero le hicieron un legrado. Después de eso no me cansé de repetirles, es en la trompa derecha, es en la trompa derecha.
Vi el reloj 09h02 y no sé decir nada más, hasta que me desperté en el pos operatorio, mareada y vi las tres marcas, una pequeña herida en el ombligo e dos laterales formando un triángulo con la marca del ombligo. Me llevaron al cuarto y pregunté y si habían podido salvar la trompa o si me la habían cortado. Ninguna enfermera quiso responderme. Cuando llegó el médico le pregunté, se fue y vio el expediente y me dijo que la habían quitado. Ahí frente a mi compañero y a una amiga finalmente me desarmé, no sólo había perdido a mi bebé, como también a una parte de mi cuerpo, de mis órganos reproductores. Lloré, lloré de la mano de mi compañero mientras mi amiga me hacía cariño en el pie.
Por la noche, cuando mi compañero se fue y me quedé sola dibujé, escribí, hice mi luto.
Al día siguiente estaba en casa, con mi hija, con el papá de mi hija, con mi compañero, con mi amiga. Sin mi otro hijo y sin una trompa. Pero viva.
No sé si iré a tener otro hijo o no, no sé lo que pase de ahora en adelante. Sólo sé que Luiza está ahora en la tierra de los recordados y que por varios días mi hija Amaya jugó ese juego, el de que Luiza se iba a la tierra de los recordados, pero no antes de que ella le diera un enorme abrazo y le dijera que la amaba. Pues sí, Amaya tenía razón yo tenía un bebé en la pancita.
Amor eterno a vos mi querida Luiza, aunque tu papá y yo te pusimos el nombre de Daudi, que significa amado.

Luiza en la tierra de los recordados

Como adolescente nuevamente o si los árboles hablaran

¿Quién no ha visto dos adolescentes besándose en lugares públicos y pensado o dicho que eso le parece inadecuado?…al menos yo alguna vez lo pensé y lo critiqué y me pareció exagerado…hasta que, al ser mamá, al separarme, al no saber lo que es un beso o una caricia por mucho tiempo, sentí envidia de esos adolescente que gastan litros de saliva en la parada del bus, en el último vagón del metro, en el árbol del parque de la esquina…
Y como un regalo de los dioses, un día, volví unas horitas de adolescencia.
Todo comenzó con el teatro. Salí del taxi corriendo, entré a la boletería volando, compré la entrada y casi que inmediatamente entré a la sala. Un teatro pequeño, casi todo lleno, solo sobraban dos campos en la primera fila. De un lado una pareja, del otro un hombre solo. Casi que de reojo lo vi, ni lo vi bien, pero decidí sentarme al lado del hombre solo. «¿Hay alguien sentado aquí?» le pregunté. «Sí, usted». Primera sonrisa.
Se apagan las luces. No sé por qué siento una fuerte atracción hacia aquel hombre que no conozco y que ni vi cómo era. Freno mi impulso de volverme hacia él y ver bien cómo es. La obra comienza, reímos, lloramos, los dos reímos y los dos lloramos. En determinado momento mi pierna y su pierna se rozan, ninguno evita el roce. Las piernas se quedan una junto a la otra, su muslo junto con mi muslo. En cualquier otra situación alguno de los dos habría reaccionado moviendo la pierna, pero no lo hicimos.
Termina la obra. Aplausos en pie. Mirada inmediata de uno al otro, los dos aún con los ojos mojados de las últimas lágrimas. Y yo sonrío y le digo «soy una llorona, lloro por todo» y él «yo también». Quebramos el hielo, bueno, más bien lo derretimos, porque quebrado ya estaba desde que llegué.
«¿Y usted conoce a alguno de los actores?» le pregunto. Me dice que sí, yo le cuento que trabajo en la misma Universidad que uno de los actores y una de las actrices. Ahí me cuenta que fue dirigido por ese que es mi compañero de trabajo. «qué casualidad». Sonrisas.
Nos quedamos ahí, mirándonos, sonriendo y decidimos esperar los actores para saludarlos. Nos piden que los esperemos en la sala de estar del teatro, salimos. Ellos tardan un poco. Y así, de la nada, me ven el impulso de invitarlo. «Mire, yo estaba pensando después del teatro salir a tomar una cerveza, a usted le gustaría ir conmigo, yo ya la iba a beber sola, pues si quiere mejor la bebo acompañada». Él acepta, pero me tiene una contrapropuesta, hay un evento alternativo en un parque en el centro de la ciudad, me dice que vayamos. Yo obviamente, acepto.
Llegan los actores, los saludamos, sonrisas y miradas cómplices entre ellos y nosotros. Creo que se notaba esa energía, ese calor que él y yo teníamos. Yo sonreía como si todo mundo hubiese visto y sentido el roce de piernas en el teatro, como si todo mundo supiese que acabo de conocer a esa persona, como si todo mundo estuviese escuchando mis latidos y sintiendo mi calor y ritmo internos. Pero no, o sí, no lo sé. Sé que nos fuimos juntos a tomar el metro.
Nos bajamos del metro y caminamos hasta el parque, bajamos la Rua Augusta. En el camino él soltó «usted es muy bonita» y yo toda mensa, sonreí, le dije que pensaba lo mismo de él, me trabé, me puse roja y él dijo «ok, cambiemos de tema para que no le de vergüenza». Seguimos bajando por la calle llena de bares, ambiente nocturno, personas bebiendo en la calle, bajo Augusta. «¿Puedo tomarle la mano?» me dice. Ahí el hielo no sólo se había quebrado y derretido, como era un charco, se había calentado y evaporado. Soy una romántica y me pide tomarme la mano, morí de amor (claro, amor en sentido figurado, amor de ese que tocan las canciones de Roberto Carlos, amor de ese que uno siente cuando tiene 15 años).
Llegamos al parque donde era el evento. Una especie de show underground con varias bandas en diferentes partes del parque. Personas vendiendo cerveza en hieleras y como todo evento de esta ciudad paulistana, lleno de gente. Veo a mi alrededor y me percato de que la mayoría de gente ahí tiene al menos 10 años menos que yo…Miro nuevamente alrededor, encuentro unos amigos de mi edad. Sonrío, le presento a mi amor de butaca de teatro. Nos vamos a caminar por el parque. Me toma la mano nuevamente «¿puedo besarla?». Pero cómo, me pide la mano para caminar en la calle y después me pide mirándome con ojos de borrego a punto de ser sacrificado que si puede besarme. Ok, me sentí ahora sí protagonista de una canción romántica de esas que tocan en La hora de los novios de Radio Musical (emisora costarricense que escuché toda mi adolescencia). Y me gustó. «Sí».
Beso intenso, inicio suave, labios apenas rozando los míos, respiración, sobre oxigenación, aumento de intensidad, lengua rozando mis labios, ritmo perfecto, acelera y desacelera, más intensidad, menos intensidad, mirada, 1 milímetro de distancia entre los labios, vencimos el último milímetro de nuevo…Ok, necesitamos salir un poco de la multitud, ese beso merece más que 1000 miradas, merece un rinconcito oscuro.
Caminamos de la mano por el parque. Encontramos un murito al lado de una gruta en la que probablemente en tiempos mejores debe haber existido una virgen o cosa parecida. Así, profanando el murito de la gruta él me levanta, como si yo no pesara nada, me sienta y me vuelve a besar, nos volvemos a besar. Antes teníamos un milímetro separándonos, ahora, no hay un milímetro entre nosotros, todo nuestro cuerpo está junto, respiramos, no, no respiramos, nos ahogamos en nuestro dióxido de carbono, el oxígeno es un privilegio. Pido una pausa, o respiro o soy capaz de desvestirme, de desvestirlo en medio parque. Eventualmente pasan algunas personas caminando, medio borrachas, medio drogadas, o totalmente conectadas a otras cosas menos nosotros. Pero pido pausa, tiempo fuera, estoy derretida…
Caminamos por un sendero del parque, nos arrecostamos a un árbol. Raspamos nuestras espaldas en la corteza, volvemos a pegarnos uno al otro, volvemos a besarnos, somos una extensión del árbol, pegado a él, saliendo de él, dos lianas movidas por el viento de la noche, escurriendo sabia, «mojándolo todo» como diría la canción de Aute. Estoy sofocada, en el mejor de los sentidos, es difícil respirar en tan poco espacio, es difícil respirar cuando se quiere gemir, es difícil respirar cuando uno se quiere comer al mundo en un solo hombre. Deseo, cariño, abundancia…placer.
Continuamos nuestro camino. Necesito ir al baño. Salimos del parque, cruzamos la calle. Entramos a una panadería recién inaugurada en la baja Augusta. Camino al baño y me encuentro con una conocida, una señora. La saludo sonriente, plena, llena. Entro al baño, orino. Me miro en el espejo y sonrío, río sola. Tengo los labios hinchados, los cachetes rojos, el cuello un poco rojo por causa de la barba de ese hombre, mi compañero de butaca de teatro. El pelo despeinado, el trasero sucio. Me río. Me río pensando en la mirada de la señora que saludé cuando entré a la panadería, me río porque siento que se me ven los besos en todas partes, me río porque irradio sexo, cariño, pasión, aventura, irradio adolescencia, me siento sí una adolescente de esas que besó por horas a su novio arrecostada al árbol del parque de la esquina de la casa, la que dejó perder la parada del bus para seguir besándose, me río porque tengo 30 y tantos y soy mamá y soy profesora y soy adulta y me río como adolescente porque cuando salga de la panadería sabré que tengo una historia para contar.
Salimos, nos vamos a sentar a un bar para tomar la última cerveza. Beso en el hombro. Manos entrelazadas. Se acaba la primer botella. Más besos. El bar está cerrando. Última cerveza. Salimos. Se va a tomar el tren, me voy a tomar el bus.
Eso es lo que sabemos de nosotros. Que nos amamos por un día como adolescentes y fue suficiente. El resto, no importa. Sin número de teléfono, sin dirección, sin nombre completo…dos lianas de un árbol, eso fuimos, dos lianas enmarañadas y llenas de sabia…

Amaya viene antes de la Luna

Cuando tenía unos 18 años siempre decía que no quería tener hijos, unos años después fui cambiando de opinión y decidí que los tendría si encontrase un compañero para hacerlo, después me dije, además los tendré si yo misma puedo criarlos, porque para dejarlos en una guardería todo el día, mejor no los tengo.
A los 33 decidí que era el momento, estaba con alguien en quien confiaba y confío, un trabajo que me deja acomodar mi tiempo y claro, pensando en que no quería demorarme mucho para que no me dejara el tren, porque además si iba a tener hijos que fueran dos, porque uno era muy poco.
Recuerdo que estábamos en Perú, andábamos en un viaje por América Latina, ahí decidimos que sí, que íbamos a tener un hijo juntos y bueno, dicho y hecho, un mes después quedé embarazada, estando en México. Pero me di cuenta hasta que volvimos a Brasil, cuando tenía casi un mes. Digo casi un mes porque me fui a hacer la prueba antes de estar suficientemente atrasada, pero es que yo sabía que estaba embarazada, sabía cuándo y el lugar donde me embaracé.
Ya algún día escribiré sobre el embarazo, pero ahora quiero contar mi parto.
Dicen que cuando uno habla diferentes lenguas, cuando reza y cuando hace cálculos matemáticos siempre usa su lengua madre, y yo debo decir que cuando uno pare también. Vivo hace más de cinco años en Brasil, considero que mi portugués es bastante razonable, pero cuando llegó la hora P, sólo hablé español, por eso me disculpen los que no hablan español, pero este relato tendrá que ser en español, así como fue el parto.
Nos habíamos cambiado de casa hacía tres días, hacía dos semanas habíamos cambiado de planes de parir en la Casa de Parto y decidimos parir en casa, en la casa que nos tocara, la que estábamos dejando o la nueva.
Cuando nos cambiamos me apuré a acomodar el armario y el cuarto en general, subí en una silla para acomodar ropa arriba del armario, de hecho, armé el armario junto con mi compañero, subí y bajé con cosas las escaleras de la casa, no descansé.
Un martes por la noche me dije, ah no, llevo tres días sin salir de casa, quiero ir a comer fuera. Así que salimos y me pegué una comilona, en medio de la comilona, me empezaron unas contracciones bastante seguidas, pero no dolían mucho. Igual pensaba, “no, todavía no es la hora, estamos en la semana 39 apenas”. Pero faltaban tres días para la luna llena y yo sabía que mi hija iba nacer antes de la luna llena.
Esa noche fui a dormir y no tuve más contracciones. Al día siguiente, 10 de agosto, como a las 10 de la mañana comenzaron de nuevo. Un poco mas seguidas y dolían un poquito. Pero yo seguía diciendo, “no, no es nada”, de hecho, estaba planeando salir a cenar esa noche con mi suegra y otra gente de la familia de mi compa.
Mi compa se fue a trabajar como a las 3 de la tarde, y mis contracciones estaban de 5 en 5 minutos, yo las iba anotando en una libretita negra, pero no duraban más de 30 segundos y no dolían tanto. Pero llegando unas cinco de la tarde la cosa comenzó a cambiar, eran más seguidas y más fuertes y ahí mi compa volvió e insistía en que llamara a la doula, Mariana, pero yo de necia que no, que no era nada que no llamáramos para nada. A fin de cuentas la llamé, y una hora después ya eran muy seguidas y realmente dolían, y duraban más de 45 segundos, ahora sí me dije, creo que llegó la hora.
Llamamos a Mariana y a Ana Cris, la partera. Primero llegó Mariana como a las 8 de la noche, después llegó Ana Cris, pero sólo tenía un dedo de dilatación, mi bolsa no se había roto y tampoco había salido el tapón, así que Ana Cris fue a su casa a recoger unas cosas y yo me quedé con mi compa y con Mariana. Ana Cris recomendó que me diera una ducha.
Entré al baño, me senté en el banquito de parir, ahora sí que dolía mucho. Sentada y bajo el agua, comencé a sentirme sola, como una niña pequeña y comencé a tararear una canción infantil, me abracé y comencé a balancearme como arrullándome. De repente me puse a llorar, no del dolor, pero sí por la niña herida que estaba dentro de mí que necesitaba cariño, atención, abrazos, que se sintió abandonada, que se sintió desprotegida y que ahora, Gina la futura madre, tenía que cuidarla para después poder cuidar a su hija. La niña Gina continuaba siendo arrullada por la Gina madre. Lloré mucho, lloré las lágrimas de la niña, la que necesitaba amor y poco a poco me fui calmando y logré salir del baño.
Las contracciones continuaban fuertes, con intervalos muy cortos. Mariana y yo comenzamos a trabajar con sonidos graves. Ahí Mariana hizo un toque, casi dilatación total, pero qué es eso, tan rápido, dijo Ana Cris, cuando la llamaron, ella llegó y efectivamente la dilatación era casi total, tenía más de siete dedos, aumentó muy rápido.
Hasta ahí pensé que entonces ya no faltaba mucho, podrían ser unas once de la noche. Pero claro, no sabía que todavía me faltaría un buen tiempo, no porque el parto lo necesitara, si no porque la Gina mujer lo necesitaba.
Las contracciones no daban tregua, duraban más de un minuto y prácticamente no había espacio de tiempo entre una y otra. Yo entré y salí de la piscina varias veces, y el dolor no se calmaba. En medio de eso debo decir que vomité varias veces, todo lo que estaba dentro de mí debía ser puesto afuera y ese fue sólo el comienzo de poner cosas fuera de mí, cosas que ya estaban podridas de tanto ser guardadas con rencor y ahí, comencé a matar antiguos demonios.
Arrecostada de cuatro sobre unas almohadas, comencé a gritar que no aguantaba más, que me dolía mucho, que no iba a aguantar, que estaba cansada. Mariana me tomó de la mano y comenzó a hacer sonidos graves, abriendo la boca y los ojos exageradamente y me indicó que la siguiera, yo comencé a hacer eso con ella tomándola de la mano. Hacíamos mucha fuerza, nuestros brazos temblaban y nuestro rostros se habrían cada vez más. Cada grito era muy grave, un grito de guerra, de morir o matar. Y fui matando, sí, matando esos demonios antiguos, Mariana me recordaba de la sombra, y esa sombra que era enorme y a la cual le tenía mucho miedo y odio, apareció aún más grande este día y mi hija y yo comenzamos a matarla, a eliminarla, a confrontarla, a visualizarla pequeña, a ver que era tan solo un reflejo de dolores antiguos y que no podían afectarme más.
Mariana fue toda una guerrera, su brazo con el mío empuñaron la espada para enfrentar los viejos demonios que sólo yo conocía y que realmente sola tal vez iba a poder confrontar, pero su mano y su rostro me ayudaron a no perder el valor, a ser una guerrera a ser Kali la diosa con la lengua para fuera.
Pasada la lucha, que duró varias horas y le rindió una noche sin dormir a mis vecinos, que dicho sea de paso, yo ni conocía, porque como dije, nos acabábamos de pasar de casa, comencé a entrar en el parto de mi hija, antes estaba en mi propio parto, en la despedida de la niña, la sanación de la mujer y la bienvenida de la madre.
Y ahora sí, a pujar se ha dicho. Para esa altura ya eran las cinco de la mañana, el sol despuntaba en el horizonte. Y era pujar y pujar y aquella niña no se asomaba, la bolsa no se había roto y parecía que ella iba a nacer dentro de la bolsa. Estaba dentro de la piscina cuando Ana Cris me dijo que si yo quería ella podía hacerle un pequeño huequito a la bolsa y que eso aceleraría probablemente el trabajo de parto y yo que ya no aguantaba más, le pedí que lo hiciera, ella lo hizo y según yo después de eso todo iba a ser rápido. Pero no fue tan así. Esta bebé necesitaba su tiempo para salir, ella estaba ahí, saliendo, pero poco a poco.
Salí de la piscina porque no parecía estar ayudando, pasé a la cama, mi compañero detrás de mí, realmente dolía mucho, después pasé al banquito de parto, mi compañero atrás de mí, debo decir que hasta aquí ya había hecho varias veces caca, ya había perdido el glamour vomitando y cagando. Quién dijo que mi parto sería glamouroso, sería lindo sí, pero no glamouroso, jjjjj.
Mi compa me decía que ya casi, y pujaba conmigo, ahí pensé, sólo falta que él se cague también, jjjj. Ana Cris me mostraba con el espejo que mi hija estaba saliendo, y de hecho ella salía un poquito, pero se devolvía, pasó en esas casi dos horas, hasta que finalmente asomó su cabeza y coronó. Yo bajé mi mano y la toqué, toqué su pelito ya afuera, pero su cabeza no terminaba de salir.
Y era salir cabeza, devolverse cabeza, salir cabeza, devolverse cabeza, pucha, me pregunté, pero cuánta cabeza tiene esta chiquita, jjj.
Y mi compa decía, ya está, ya viene y la cabeza volvía atrás, hoy nos reímos de las varias veces que creímos que ya iba a salir y no, tanto que Mariana tiene varios videos, pensando que ya iba a salir y no salía.
En una me dije, ah no, sale porque sale y pujé lo más que pude y en un grito que juro, no podría reproducir hoy, la cabeza de mi hija salió, pero de cuerpo, nada, todavía seguía adentro. Y pasaron unas dos contracciones y el cuerpo no salía, ahí me dije, que me importa, pujo aunque no haya contracción y el cuerpo salió.
Me la pusieron en mi pecho, todavía había contracciones y yo no sabía qué sentía, si dolor, si alegría, si reír o llorar.
Amaya Luna nació, antes de la luna llena, como yo lo sabía. Mamó en su primera hora de vida, fue abrazada por su padre y por su madre, se quedó en mi pecho mucho rato, su padre cortó el cordón y no lloró al nacer. Dos horas después ya estaba viendo a su papá como diciendo, y este quién es, jjjj.
Un parto deseado, amado, respetado, humanizado.
Y bueno, después vino la placenta que debo confesar probé, tomé un poco de la sangre que le chorreaba, si los otros mamíferos lo hacer por qué yo no.
Amaya Luna está aquí, el día 11 de agosto del 2011 nació una hija y nació una madre que tuvo que despedirse de una niña y darle valor a una mujer para ser la madre que es hoy.

Gracias Ana Cris, Mariana y Ana Paula, y sobre todo gracias a mi compa Mariano y a Amaya por habernos escogido para venir al mundo.

Dos futuros papás, dos embarazadas y un bocho

Dicen que cuando no hay, se hace de tripas chorizo. Pues algo así pasó hoy.

Dormía yo plácidamente en mi colchón recién comprado, sin pensar en que tengo mil cosas por hacer, un informe que entregar y cambiarme de casa, todo eso en las próximas dos semanas, casi el mismo tiempo que tengo para entrar en trabajo de parto.

Pero nada de esto me hizo perder el sueño, como dije antes, dormía yo plácidamente y al despertar conecto el teléfono y veo una llamada perdida.

No reconozco el número pero me suena familiar, 98….. «Quién será». Normalmente no devuelvo las llamadas. No es por nada, pero es que aquí el teléfono es muy caro, así que siempre me digo, «si realmente querían hablar conmigo volverán a llamarme». Pero esta vez no sé por qué me picó la curiosidad. Comencé a buscar los números de las posibles personas que podrían haberme llamado. «Daniel, no, Sonia, no, Chris, no..será que fue…,…sí».

Puta, será que ella ya va a parir…Marco el teléfono y espero en la línea intentado sonar lo más tranquila posible.
«Hola, soy Abril Rojo, me llamaste»…»Pues sí, es que como ustedes se habían ofrecido a llevarnos a la casa de parto, pues queríamos decirles que a ella ya se le rompió la bolsa».
Y yo «dame un minuto que hablo con el x».

«X (que estaba en el baño), mirá, que si podemos llevar a los chicos a la casa de parto»…»Claro» responde él.

Así que confirmado el transporte, me voy a la cocina, me como un plato de ceral con leche, pensando en no pasar hambre en el camino, porque la casa de parto queda un poco lejos, alisto bananos, manzanas y galletas por si acaso, ya saben, embarazada no puede pasar hambre, menos yo, que soy una comelona. Me baño rápidamente y vamos a salir cuando…
«La llave, dónde está la llave de seguridad del carro». X no sabe, a mí me parece haberla visto sobre un libro, pero no, eso fue hace dos días…será que en el pantalón de ayer…nada…

Bueno, acabamos recordando que teníamos una de respuesto y salimos de casa a encender el carro.

Y ahora sí, a casa de nuestro amigos, que una mujer necesita parir…Pero qué pasa, el carro no enciende. Puta sal, qué está pasando, precisamente ahora, «querido bochito amarillo, no nos podés fallar ahora». Para aquellos que no saben, bocho es un VW escarabajo, llamado en Brasil «fusca».

Bochito, encendé por favor. Y el escarabajo como si lo hubieran atomizado, sólo le faltó ponerse llantas para arriba como una cucaracha muerta, bueno, al menos las cucarachas a veces vuelve a la vida, pero el bocho, nada de nada.

Será esto, será aquello…Yo desesperada, ya casi llorando llamo a mis amigos para decirles que el carro no funciona, pero que vamos a intentar algo…

Pensamos, es la llave de repuesto, no sirve…X vuelve a la casa a buscar la llave perdida, mientras tantos yo como si supiera algo de mecánica de bochos abro la tapa del motor, me quedo viéndolo como si él pudiera decirme algo, le toco todo lo que se llame cable, le apreto, le agarro, le suelto y le vuelvo a poner, me subo al carro, intento encenderlo y nada de nada…

Aparece el X con la llave, momento triunfal, aquella llave plateado con dorado parecía brillar en medio del camino…
El X coloca la llave y…nada…

Ya estoy a punto de largarme a llorar desconsolada…él se va a buscar a un mecánico y bueno, para no cansarlos con el cuento, consiguen encender el carro reanimando la batería…nunca me había sonado tan lindo el motor del bocho como esta vez, era el sonido de la vida…

Llamo a mis amigos y les avisamos que ya estamos llegando.
Después de ahí todo transcurre normal, vamos por el camino correcto, embotellamiento, pero qué le pondemos pedir a esta ciudad, es São Paulo, si no hubiera presa no sería esta ciudad. Nos la pasamos bien en el carro contando historias de parto, riéndonos, comiendo una fruta.

Llegamos a la casa de parto, mi amiga espera en pie en el mostrador mientras la atienden, ya va dejando una piscinita en el piso, el líquido amniótico no deja de salir.

Finalmente la atienden y el X y yo esperamos sentados en una banquita afuera.

Pasan los minutos que se hacen un poco largos por la espera, por saber qué está pasando…

Sale el marido de mi amiga «ella va a tener que ser trasladada al hospital, ya tiene poco líquido, tiene poca dilatación y va a necesitar antibióticos, pero aquí no los ponen». Y yo digo, «ah no, entonces nos vamos para el hospital de la universidad que es mejor» Para llegar a la casa de parto demoramos más de una hora y saben dónde queda el hospital de la universidad, al lado de nuestra casa y de la de nuestros amigos, qué ironía verdad.

Bueno, así que vuelve el perro arrepentido, con sus miradas tan tiernas…y vamos de vuelta… Al hospital universitario.
El camino de vuelta parece estar más tranquilo, menos carros, vamos a hacer el recorrido en menos de una hora, perfecto.

Ya estamos casi al lado de la universidad, pasamos la rotonda y ya estamos dentro, de ahí al hospital son dos toques. Cuando de repente, en la rotonda, el bocho se apaga, así de la nada, nuevamente el escarabajo fumigado…Y ahora… pues a empujar para ver si enciende….

Suena todo muy fácil, hay 4 pasajero en el carro, uno puede manejar y los otros tres empujar, pero disculpen, recuerden que dos de estos pasajeros somos dos mujeres embarazadas, una en trabajo de parto y yo, la otra, con 36 semanas de embarazo, o sea, sin chance de que nosotras, dos pasajeras portadoras de dos pequeños pasajeritos empujemos el carro.

Ok, entonces el X se baja y el padre de la criatura lista para nascer, se coloca en el volante. El x empuja, y empuja y empuja, pero bueno, el pobre ha pasado dos días en que casi no puede andar por un malestar del nervio ciático, imaginen, no está muy bien de la columna que digamos. Cambian de posiciones, el padre de la criatura empuja y el X maneja, tampoco hay suficiente impulso para que el carro arranque.
Así que el X se acerca a mi asiento y me dice «bájese», yo lo miro con cara de loca y bueno, me bajo. Ya me veía, mi panza de 36 semanas y yo empujando al bocho.

Cuando me dice, póngase al volante y #@$$%¨%&¨*¨%%#$%$#¨¨*¨&*&$#%@#¨%$&¨%*#$%¨&¨%*%$ marcha, entendió. Y yo con cara de paisaje desolado me digo a mí misma «no entendí nada, qué es un embrague, gas, freno, cuál es el freno, bueno, le voy a apuntar al centro, cómo saco el freno de mano, y las marchas, dónde está la primera…» Pero le digo, «sí, entendí».
Y por primera vez en mi vida me pongo al volante en mi bocho amarillo, orgullosa de ser una gran conductora que no sabe cuál de los pedales es el freno, pero que bueno, voy a ayudar a mi amiga en trabajo de parto a llegar sana y salva al hospital.

Así que los dos futuros papás comienzan a empujar, y yo intento recordar lo que me habían dicho «quitar el freno de mano, la marcha está en neutro, ahora apreto el acelerador…» «pucha, me olvidé del pedal ese de la izquierda que no me acuerdo cómo se llama» No pasa nada, el bocho sigue inerte.
Otra vez, viene el X y me explica todo de nuevo, «es fácil, mirá, @#(%&$($#(%&#$(%¨(@#$*@(¨&($*(Ü&, ok» y yo «ok».

«Esta vez sí lo voy a hacer, es sólo hacer lo que él me dijo e intentar no estamparme contra los árboles de la acera, ya los carros del carril de la izquierda tendrán que irse capiando».

Y comienza la aventura, quito el freno de mano, apreto el pedal ese de la izquierda, la marcha está en neutro, la paso a primera, suelto el pedal ese de la izquierda y apreto el acelerador, «puta, el coche empieza a andar…ay, ay, pero los árboles, no quiero chocar contra los árboles» así que me voy corriendo cada vez más para la izquierda, y los dos futuros papás corriendo atrás del carro mientras las dos embarazadas y nuestros bebés avanzamos por la carretera haciendo zig, zag, y yo sólo pienso en no chocar contra los árboles de la acera.

Del nerviosismo hasta enciendo las escobillas del parabrisas, no sé ni dónde toqué ese botón, pero ahora ellas se mueven compasadamente frente a nuestros ojos atónitos.

Mientras los futuros papás continúan corriendo atrás de nosotras desesperados gritando, «el freno, el freno» y yo grito, «cuál es el freno» y me gritan, «el del medio, o el de mano, pero frená», así que me doy cuenta de que puedo quitar el pie del acelerados y el carro comienza a disminuir la velocidad, lo hago, entonces en baja velocidad el X se lanza y se mete al carro y consigue frenarlo, pero aún continúa encendido, por dicha.

Nos metemos todos al carro y continuamos viaje.

Mi amiga parece estar bien, un poco asustada pero bien, siento que al menos la aventura puede haberle servido para dilatar un poco más, así que bueno, me río como una loca, pero la verdad era de los nervios.

Llegamos al hospital sanos y salvos, mientras su marido llena el formulario yo la acompaño a la sala de espera para que la atiendan, las personas se nos quedan viendo, y le digo yo a mi amiga «mirá, somos como un tuerto ayudando a un ciego» y nos morimos las dos de la risa, pero en medio de la risa le viene una contracción y siento cómo me apreta el brazo.

Llegamos a la sala de espera, el guarda se nos queda viendo y nos dice «no me diga que son las dos» y yo le respondo «no, no Dios guarde, yo hasta de aquí a dos semanas, por lo menos».
En eso llega el futuro papá ya con la ficha llena y bueno, yo ya me puedo ir porque sólo dejan entrar a un acompañante.
Le doy un gran abrazo a mi amiga, le hago un cariño a su pancita y abrazo al futuro papá, le recuerdo que haga los ejercicios de respiración que habíamos practicado días atrás en mi casa y misión cumplida.

Camino orgullosamente por los pasillos del hospital hasta el buen bocho donde está el X esperando pacientemente.

Me subo al carro y …puta, no enciende de nuevo…por dicha que estamos cuesta abajo, jjjjjjjj.

La amante

Quiero ser la amante. Sí, así como lo oyen. Aquella a la que ese hombre busca entre las sábanas, o en el sillón, en una cama de hotel, en el baño del supermercado, en el asiento trasero del carro. Aquella a la que ese hombre mira y desea, aquella a la que llama a la una de la mañana para el sexo. Esa quiero ser yo.

Y eso no me quita que sea la mamá, la compañera de proyectos o con quien ese hombre comparte la casa, con quien duerme y que va a estar ahí si está enfermo, si está triste y también si está feliz.

No soy la única que quiere ser la amante. Muchas quieren serlo. Las conozco, las escucho, las veo. Mujeres maravillosas que trabajan, que estudian, que cocinan bien, algunas madres, pero poco amadas amantes.

Una de ellas me dice: «Él quiere tener sexo, sexo como lo teníamos cuando nos conocimos, pero no conmigo, conmigo ya tiene más de 10 años, y yo aquí, masturbándome, porque él no quiere».

Y yo amada sin amante, masturbándome, haciéndolo por las noches mientras duerme.

Quiero ser la amante, la de ocasión, con la que se esmera en satisfacer, a la que necesita conquistar y deslumbrar con sus palabras y con sus caricias.

No me es suficiente ser la compañera, la amiga, la apechugo todo con vos. Quiero apechugar también mis pechos en su sexo, quiero ser respetada, pero no con esa clase de respeto que se la da a la propia madre.

Hombres, somos sus compañeras sí, pero también queremos ser amadas amantes. Por qué hay deseo, pero no por nosotras, por qué les cuesta tanto respetarnos y también desearnos, por qué su líbido se satisface mejor con la amante de ocasión que con la amante compañera.

Tengo ganas de sexo y sí, algunas veces pienso en otro o sueño con él, o me masturbo pensando en él, pero igual busco a mi compañero por la noche, igual lo seduzco, lo despierto en la madrugada a punta de besos, lo veo caminando y lo deseo, me sonríe y lo deseo. Aunque haya estado con él todo el día, aunque me enoje que deje las medias tiradas, aunque lleve la misma camisa que ayer, lo deseo, es mi amante.

Quiero ser decididamente la amante, tanto como la compañera y la amiga.

Historias de baños: «Qué hace uno…»

No sé por qué en toda conversación siempre en algún momento se termina hablando de caca y de sexo. Sobre todo cuando es con gente de mucha confianza.
Y así entre conversación y conversación me fui dando cuenta de que tengo muchas pequeñas historias pero grandes tortas de baños ajenos.
Ahí les van algunas…

Época universitaria, me toca hacer un trabajo final con una compañera a la que no le tenía mucha confianza. Ella ofrece su casa para reunirnos, o más bien, la casa de su abuela. Resulta que mi intestino cuando me levanto muy temprano, no entiende que ya me desperté y bueno, antes de las 08 de la mañana él no se digna a vacearse. El problema es que quedamos de vernos a las 09 en la casa de su abuela, pero entre que salía y tomaba al bus, pues no pude ir al baño.

Al rato de que estamos trabajando me entran esas ganas, mi intestino finalmente despertó. Pues aunque no sea tan cómodo cagar en casa ajena, pues tampoco es lo peor. Así que pedí el baño y fui, para volver triunfante y vacía después, o al menos eso pensé. Pero después de dejar mis submarinos en alta mar, bajé la cadena, «oh por Dios, el agua salió pero no se llevó nada», así que la bajé de nuevo, «Jesús, ahora sí me morí, el agua comienza a subir rápidamente por la taza», vale que al final comenzó a bajar lentamente, pero el submarino seguía ahí.
Pensé «Qué hace uno en estos momentos de emergencia». Agarré el papel higiénico, me cubrí generosamente la mano y qué les diré, tuve que sacar al submarino a la superficie y desecharlo en el basurero. Aún así el baño no quedó tan limpio, pero por lo menos quedaron los soldados y no toda la fuerza naval.
Extrañamente, nunca más volví a hacer trabajos con esta compañera, por qué sería…

En mi vida he tenido varias veces que preguntarme, como me pasó en la historia anterior «Qué hace uno…»

* Qué hace uno cuando va al baño de la suegra, ese día anda con la regla y al momento de levantarse de la taza sale un chorro de sangre qual catarata del niágara y mancha el tapete tan lindo, blanquito que ella misma había tejido, y que estaba en el piso del baño…
*Qué hace uno cuando anda con diarrea y está en un restaurante, va al baño, que está ocupado, escucha que el usuario anterior jala la cadena y todo normal, cuando él sale entra uno y suelta todo como por décima vez en el día y cuando intenta jalar la cadena, no hay más agua…
*Qué hace uno cuando siente ganas de ir al baño a hacer número dos, siente muchas muchas ganas y como todo ser humano normal, va al baño y evacúa…qué hace uno cuando se despierta y se da cuenta de que todo fue un sueño, menos la chorcha en la pijama…
*Qué hace uno cuando quiere aprovechar el sonido aparatoso del bus para tirarse un pedo, y entonces siente que el bus va a acelerar y ahí suelta tremendo pedo pero el bus no acelera y permanece más silencioso que misa en convento…
*Qué hace uno cuando está en una fiesta en la casa de un amigo de un amigo, o sea, que no hay una conexión digamos directa con el anfitrión, y va uno a cagar, y cuando se va a limpiar se da cuenta de que no hay papel, ni servilletas, ni nada que se le parezca, más que la ducha y una toalla…
*Qué hace uno si va a orinar a un bãno público y por estar haciendo equilibrio para no tocar la taza al chorro de orines se le ocurre irse por el pantalón corto de uno, por la pierna y acabar en el zapato…

Y así otras historias fueron resueltas de las formas más creativas o invevitables, pero resueltas al fin, porque lo más que podemos decir es «Qué cagada», pero seguimos adelante, jjjj

Las mujeres de mi familia: Mi abuela (aguela)

En silencio, siempre dispuesta y sin llorar por nada, así estaba mi aguela, acariciándome la cabeza mientras yo lloraba las lágrimas de todas las mujeres de mi familia. No decía nada, casi ni respiraba, sólo a mi lado en pie, me acariciaba.
Ese día desperté y supe que ella estaba conmigo, que su mano siempre me consolaría porque era mi aguela, mi gran madre protectora.
Mi aguela era lo que se diría un mujerón latinoamericano. De esas que se supo luchar la vida, la de sus hijos y además, lastimosamente, estar por años al lado de «Ese hombre», que sin duda, no la merecía.
No sé cómo se llegó a casar con «Ese hombre» de ojos azules, delgado y la verdad bastante apuesto.
Mi aguela era morena, mulata y con una gran sonrisa.
Ella siempre tuvo buena vista, hasta el día de su muerte nunca usó anteojos y además tenía una voz que era capaz de atravesar montañas, ya «Ese hombre», murió ciego y sin voz.
Cuenta mi mamá que mi aguela para ganar dinero cocía ajeno. Todas las novias del pueblo eran vestidas por ella. Todas las jóvenes estrenaban sus vestidos en Navidad gracias a ella.
Su fama se fue regando y pasaba noches en vela dándole al pedal de la máquina a la luz de una vela para terminar una entrega que no podía atrasarse. Porque Dios libre que la hija de Genaro Orcullo no estrenara vestido en el baile, porque Dios libre que a la novia, hija del finquero no le quedara bien el vestido, porque Dios libre de que doña Ana Lucía no luciera, como su nombre lo dice, un atuendo en la misa de las 07 del domingo.
Y así iban y venían los Dios libre, que no libraron a mi aguela de noches en vela.
Seis hijos procreó, una murió y cinco vivieron. Todos ahora con su familia, sus problemas y sus vidas.
En los primeros recuerdos que tengo de ella, la veo siempre yendo y viniendo de allá para acá, cocinando, limpiando, acomodando, cuidando nietos, activa.
No había nada mejor que ir a nadar al río y llegar a la casa de mi aguela y que estuviera listo un gallo pinto con sobras de chicharrón que era de chuparse los dedos, acompañado de queso fresco hecho en la misma finca y con un huevito frito de las gallinas de granja que afuera ya comían lombrices.
También la recuerdo llamando a las gallinas con una olla de maíz en la mano «pio, pio, pio, pio, pio» y ellas que corrían como locas al llamado de su voz y la rodeaban hasta casi picarle los dedos de los pies.
Mi aguela parecía siempre feliz, atenta, ocupada. Así como son las mujeres de mi familia, sin lágrimas en la cara.
Ahora que soy grande me doy cuenta de cuánto tuvo que aguantar en silencio.
Ella escribía y leía, pero de forma bastante básica, una sobrina y su cuñado le dieron a firmar unos pagarés para no se qué negocio y ella que confió en ellos, los firmó. El asunto es que esa firma le significó un año de cárcel, verguenza y decepción.
Se la llevaron de la finca para la capital a la cárcel de mujeres, era inocente, mal había leído lo que firmó y mucho menos lo entendía. Y su sobrina y su cuñado no tuvieron la dignidad y el valor de defenderla. Mi bisabuela nunca supo que ella estaba en la cárcel, a pesar de que en esa época ya vivía en la capital. Nunca se lo dijeron, nunca lo supo, hubiera sido demasiada verguenza para su vieja espalda.
Y no sólo eso tuvo que aguantar, «Ese hombre» se la pasaba todo el día llamándola: «Mujer, dónde están las medias…, mujer dónde pusiste el paño…, mujer, las gotas de los ojos…, mujer, no seás inútil, traéme la comida…, mujer, mujer, mujer…» Nunca escuché tantas veces esa hermosa palabra pronunciada de tal forma que hasta parecía embilecerla.
Y no sólo eso, «Ese hombre» se emborrachaba y llegaba a la casa y le pegaba, le era infiel y tuvo una hija fuera de la casa, una chica que tiene casi mi edad, la edad de su nieta. Ese hombre abusaba de sus nietas y se burlaba de sus nietos.
Yo la vi cómo se fue haciendo cada vez más chiquitica, yo crecía y ella encojía, hasta que al final, parecía más una bolita, una tortuga que una aguela. Yo pienso que cada vez que ese hombre le pegaba, la llamaba a los gritos, ella disminuía un milímetro, en su vano intento de esconderse en su concha de tortuga, hasta que un día lograra desaparecer. Felizmente «Ese hombre» murió antes que ella y vi cómo aunque ya el daño no era reversible, su rostro se iluminó y su sonrisa se amplió.
Dicen que cuando una pareja vive muchos años junta, cuando uno muere el otro se va rápido, pero eso no pasó con mi aguela, ella no murió rápido, ella finalmente, creo yo, tuvo un poco de libertad. Tenía una casa que su hijo le había hecho, vivía con uno de sus sobrinos, tenía teléfono en la casa, aunque no supiera cómo usarlo, y no escuchaba más aquellos gritos ni recibía más aquellos golpes.
Cuando me fui de mi casa, como a los 23 años, mi abuela se enfermó. Ella no quería venirse del campo a la ciudad, pero es que allá no había quién la cuidara. Entonces a pesar de que mis papás se enojaron mucho de que yo me fuera de casa, parecía que todo estaba hecho para ser, ella fue llevaba a la casa de mis papás y la instalaron en mi cuarto.
Como no estaba bien, dice mami que un día se cayó en la cocina y que la encontro muerta de la risa en el piso.
El último recuerdo que tengo de ella viva es acostada en la cama, gordita, chiquitica. Y muerta la recuerdo desnuda en la morgue, con sus manos sobre el vientre. Siempre me llamaron la atención sus manos regordetas, sus manos que ahora vienen en sueños y me acarician.
Recuerdo su frase típica «Usté que es alta, páseme esa olla». O cuando gritaba a los cuatro vientos «la puerta, la puerta, la puerta», cuando esta se iba a cerrar con el viento y mami diciéndole «mamá no grite, no ve que no estamos en el campo», pero ella nunca aprendió a hablar bajito y nunca dijo bien el nombre de quien llamaba, para llamar a uno de sus nietos antes gritaba una letanía de nombres de sus hijos, sobrinos, etc, hasta llegar al acertado.
Nunca voy a entender la felicidad de mi abuela, su nunca llorar, su mucho sonreír. Ni entenderé por qué aguantar tanto. Pero no soy quién para juzgar.
Sólo sé que era mi aguela y me hacía gallo pinto con queso fresco y huevo frito para el desayuno.
Que era la mejor llamadora de gallinas que he conocido y que a pesar de que todo el mundo la callara, nunca consiguió hablar bajo.

Las mujeres de mi familia: Mi bisabuela y mi tía abuela

Mami y por qué usted se vino a vivir aquí…Mami y por qué mi Tía Abuela también se vino a vivir aquí…Mami y por qué nunca conocimos al papá de mis primos…Mami y por qué mi abuela estuvo en la cárcel…Mami y por qué mi tía nunca ha dejado a su marido…Mami y por qué yo lloro tanto…
Lo único que hizo falta fueron unas preguntas para que mi mamá comenzara a contar, comenzó y parecía que no podía parar, yo en medio de todo me fui al baño a orinar y ella muy sigilosamente me abrió la puerta para terminar una de las historias. Y así comienza la historia de las mujeres de mi familia que no las dejaron, no pudieron o no se dejaron llorar.
Mi bisabuela era de provincia, donde vivía había vacas, gallinas, árboles y muchos niños. A mi bisabuela siempre le gustó hacer pan y siempre lo hacía en horno de barro. Tuvo muchos hijos y sobre todo hijas, todas se fueron casando, entre ellas mi abuela, la única que quedó fue mi tía abuela. Cuando sólo quedaban ellas dos en la casa un día llegó su marido «Mire, agarre su ropa y sálgase de la casa, que vendí la finca», «Pero dame tiempo de sacar las cosas», «No puede sacar nada, sólo su ropa porque la vendí con todo y casa y con todo lo que hay adentro». Tuvieron que irse y ni las dejaron llorar.
Resignadas, mi bisabuela y mi tía abuela pusieron su ropa, que no era mucha, en una sábana, le hicieron un nudo y comenzaron a alejarse de la finca. Aquella finca donde estaban sus gallinas, sus perros, sus frutas, la historia de la crianza de los hijos…su vida. Con tan sólo una trocha al hombro se fueron mi bisabuela y mi tía abuela. Esa noche durmieron casi a la intemperie en una troja que era del esposo de una de sus hijas. La verdad no durmieron, querían llorar, pero no podían, no se dejaban y así amanecieron en vela.
A los días consiguieron donde vivir en un pueblito cercano. Lo primero que mi bisabuela hizo fue construir en el fondo de la casa un horno de barro y comenzó a hacer pan, para para vender y con eso comenzó a sobrevivir y no lloró, porque no quiso, y cuando de vez en cuando una lágrima se quería asomar, ella decía que estaba henchilada por el humo que salía del horno o que una ceniza se la había metido al ojo.
Cuando juntaron una suma suficiente de dinero, mi bisabuela y mi tía abuela decidieron irse para la capital. De nuevo estiraron su sábana y colocaron su ropa y se marcharon, dejando atrás aquel horno de barro que les había dado de comer. Pero esta vez nadie las echó, ellas se fueron y por eso no necesitaron llorar.
Una parte en lancha, otra en carreta y otra caminando llegaron a la capital. No sé cómo hicieron pero alquilaron una casita.
Mi tía, que era joven y fuerte comenzó a buscar trabajo como empleada doméstica y mi bisabuela volvió a hacer pan.
Mi tía trabajó en muchas casas hasta que llegó a la casa de Los Ricos. Y con ellos trabajó hasta su muerte a los ochenta y tantos, nunca dejó de servirles. Frente a la casa de los ricos vivía un hombre, que dicen que es el padre de sus dos hijos, pero nunca nadie supo a ciencia cierta si era él el padre de mis primos. Lo que sí se supo fue que a ella nunca se le vio llorar. Con sus dos hijos continuó trabajando donde Los Ricos y cuenta mi mamá que cuando llegaba Navidad el dueño de la casa, que también tenía hijos, agarraba todos los juguetes viejos, los enterraba en el patio y les pegaba fuego y mi bisabuela con las lágrimas amargas atravesadas en la garganta porque no quería que nadie la viera llorar, se las tragaba al saber que sus hijos esa navidad no iban a tener nada de regalo. Aún así ella continuó sirviéndoles.
Con el tiempo los hijos de Los Ricos crecieron y los viejos ricos murieron, los hijos tuvieron sus hijos y recuerdo cuando mi tía abuela llegaba a mi casa con su rostro iluminado, silenciosa como siempre fue, cargando unas bolsas de basura enormes llenas de…y esa era mi sorpresa, nunca sabíamos qué cosas nuevas y maravillosas nos iba a llevar y de repente abría la bolsa y aparecía una Barbie rubia y una negra, pero sin ropa (pero eso no era problema porque mi mamá les hacía unos vestiditos más bonitos que si fueran los originales). O aparecía ropa de marca, la cual nunca podríamos comprar, o aparecía un vestido de novia o un traje de gala o ropa interior de encaje, o un carro a control remoto pero sin el control, o….lo que fuera pero ese momento siempre era mágico, porque resulta que los nuevos hijos de Los Ricos tenían casi la edad de mis hermanos y yo y no siguiendo la tradición, ellos sí le regalaban a mi tía abuela lo que no querían, no servía o no les gustaba más, y nos hacían a nosotros, a mis hermanos y a mí los niños más felices del mundo con ropa casi nueva y juguetes casi buenos.
También recuerdo que mi tía abuela todas las navidades llegaba a casa con un enorme queque y una olla de arroz con leche, cada año desde que recuerdo, la víspera de navidad la esperábamos y sabíamos que nos iba a endulzar el día.
El año pasado, en el 2009, mi tía abuela murió, a sus ochenta y tantos, yo la había visto un año antes y me parecía la misma señora de siempre, callada, buena, dulce y siempre llena de regalos de la casa de Los Ricos. Nunca le vi una lágrima o nunca nos permitió que se las viéramos.
No sé si ella supo lo que era el amor, que le dieran amor, nunca se supo si salió con algún otro hombre en su vida pero lo que si es verdad es que ella sí supo dar amor, amor con felicidad, con dulzura. Hace unos días pasé por su casa y no siento que haya muerto, veo la puerta de su casa cerrada y siento que tal vez si toco bien fuerte ella va a abrirme e invitarme a pasar y ofrecerme un aguadulce y que la próxima Navidad llegará con su queque, aunque todos sepamos que no tiene mucho dinero y con su bolsa llena de ropa linda, aunque todos sepamos que ella nunca tuvo nada lindo y con un montón de juguetes, aunque todos sepamos que sus hijos nunca los tuvieron y llena de amor, aunque ninguno sepa si fue amada.
Y ahora estoy llorando, creo que estas son las lágrimas que le tocaban a ella pero que nunca pudo llorar, así que Tía Abuela, aquí estoy llorando, porque todos sabemos que es mi deber y esta vez lo hago con placer.

Las mujeres de mi familia: Introducción

Y un día ellas se despertaron llorando, llorando y trabajando, hasta que otro día dejaron de llorar y sólo trabajaron y al día siguiente no hubo más llanto porque no había tiempo para eso. Y así pasaron los años las mujeres de mi familia, sin llanto. Un día nací yo y sin que nadie me preguntara me designaron como la mujer del llanto. Por mucho tiempo no entendí por qué siempre lloraba tanto, hasta que otro día volví a mi casa y hablé con mi mamá y me contó la historia de las mujeres que no tenían permiso de llorar, las mujeres de mi familia y ese día descubrí que mi llanto no era sólo mío, era de todas las mujeres de mi familia a las que no se les dejó, no pudieron o no se dejaron llorar. Así que ahora, cada vez que lloro no me pregunto mucho por qué, sólo lloro, porque sé que estoy cumpliendo mi deber con las mujeres de mi familia a las que no dejaron, no pudieron o no se dejaron llorar.

El flaco una disco gay y yo

Mi problema es mezclar, es verdad, siempre que mezclo demasiado, las cosas se complican. El otro día salí con El Flaco, salimos a recordar viejos tiempos, pero siempre que salgo con él y mezclo hago cosas muy locas.

Yo vivía con mi amigo gay, y un día me invitó a que saliéramos a una disco gay, y yo fui, la verdad no la conocía, había barra libre. Llegamos y después de un rato yo me aburrí, la verdad no me hace demasiada gracia ver hombres en calzoncillos de cuero bailando sobre una tarima, sí me gustan los hombres, pero sinceramente si no es el hombre que amo, prefiero ver una mujer, son más bonitas.

Entonces decidí sentarme en la barra y tomar todo lo que fuera gratis, y tomé de todos los tragos habidos y por haber, ya cuando estaba bien tomada comenzaron a acosarme las chicas, pero yo no quería nada, me fui al baño a vomitar (¿qué sexy no?) y cuando salí me esperaba una chica que me agarró casi a la fuerza y me besó, pero yo me quité y me escapé y ella me siguió y ahí lo vi, al flaco. Era lo más heterosexual que yo había visto en la noche, así que decidí lanzarme a él cual salvavidas. No tengo nada en contra de que personas del mismo sexo estén juntas, pero yo no estaba afín ese día.

Así que continué el resto de la noche con el salvavidas, digo, El Flaco aun cuando la chica que me había perseguido hasta el baño intentaba hacer un sanduich conmigo.

Final de la noche. «Bueno, ya me voy», «¿La acompaño?», vuelvo a ver a mi amigo con cara de «Ayúdeme a decidir». Total que nos fuimos los tres en el taxi hasta mi casa. Mi amigo se fue a dormir y el flaco y yo…dormimos toda la noche, bueno, yo dormí, él vigiló mi sueño, porque justo antes de irme a dormir de nuevo me tocó visitar el baño y no necesariamente para orinar.

Al día siguiente por la mañana El Flaco aún estaba ahí, cuidándome. Me pareció tan bonito, hasta me había puesto la pijama. Continué saliendo con él. De hecho otro día en la fiesta de una amiga de nuevo mezclé, esta vez vodka con jugo de uva, resultado, varias idas al baño a depositar todo el acohol que ya no podía quedarse en mi estómago.

Al día siguiente mi amiga nos prepara desayuno de gallo pinto con gallos de salchichón y yo que no soy comelona, pues me harté todo. Cuando ella nos bajó en el carro, porque vivía en una montaña, bien en frente de la feria del agricultor, donde todos van a comprar sus verduritas para la semana, no aguanté más, abrí la puerta del carro y vomité. «Jumas» (palabra para denominar a alguien borracho) gritó alguien desde la feria, qué persona más desconsiderada, ¿y si fuera que yo estaba con achaques porque estaba embarazada? bueno, ese no era el caso, pero podría serlo, jjjjj.

A mi amiga le tocó lavar la puerta del carro y a mí, lavarme la verguenza.

Como dije, el otro día volví a salir con El Flaco, como amigos, pero de nuevo mezclé, esta vez una botella de vino con cuatro cervezas. Y toda la esperanza que El Flaco tenía esa noche, se esfumó cuando acabé con la esposa del dueño del bar. Pero eso ya es otra historia que contaré otro día.

Total, que alcohol, el Flaco y yo siempre acaba mal. Y El Flaco perdiendo. Así que Flaco, no más alcohol para mí.

Salud! pero con un fresco de cas, jjjj