Luiza en la tierra de los recordados

«Mamá, usted tiene un bebé en la pancita», esa fue su frase un día que íbamos en el bus hacia un parque. Mi hija de tres años y medio lo tenía claro, yo tenía un bebé en la pancita.
Todo empezó meses atrás con el encuentro de un amor, pero la historia de ese amor la contaré después. Mi compañero y yo decidimos que queríamos tener un hijo/a y lo/a tuvimos. De la primera vez que quise embarazarme fue lo mismo, tomamos la decisión y listo, al mes siguiente yo estaba embarazada. Solo que el desarrollo de la historia esta vez fue muy diferente.
Nos fuimos unos días a la playa, y claro, como toda pareja que quiere tener un hijo y hasta las que no quieren, tuvimos sexo, sexo y más sexo, por la mañana, por la tarde, por la noche, con calor, en un día lluvioso, lento, rápido, aquel sexo libre de cualquier culpa, con ganas, con deseo, sin miedos…cómo es bueno tener sexo sin miedo al embarazo, porque precisamente un embarazo es lo que uno quiere.
Y como ya lo dije, soy tiro al blanco, quise quedar embarazada y quedé. Dos semanas después me fui de viaje con mi hija sin saber que estaba embarazada. Aunque mi hija ya venía diciendo que quería tener una hermanita y que se llamaría Luiza. Aún en el avión sentí un sangrado y pasé sangrando los próximos 08 días. Ingenuamente pensé, bueno, esta vez no lo logramos, pues será esperarse al próximo mes cuando yo vuelva de viaje. Aunque sí había algo extraño, yo me sentía embarazada, me sentí desde que volvimos de la playa, tenía antojos, mi cuerpo estaba diferente, yo sentía vida dentro de mí.
Pero pasados los 08 días del sangrado, este paró y a los dos días volvió y paró y dos días después paró. Estábamos mi hija y yo con una amiga en la playa y mi amiga me llevó a una farmacia para comprar una prueba de embarazo. Mi hija fue a dormir, mi amiga se quedó en la terraza, fui al baño. Primero fue una rayita tenue, después estaba claro. Era positivo. No sabía si alegrarme o ponerme triste, no sabía si celebrarlo o salir corriendo al médico para saber si mi hijo/a estaba vivo/a.
Apenas volvimos a la ciudad fui a la ginecóloga. Me hicieron un ultrasonido y no aparecía nada, no había bebé en ninguna parte. Entonces me mandaron exámenes de sangre y la hormona estaba alta, pero no lo suficiente para ser un embarazo, y repetimos los exámenes por tres días y la hormona continuaba subiendo, pero no lo suficiente. En medio de todo esto fue que pensé que probablemente había estado embarazada, pero que lo había perdido. Mi hija me preguntó y yo le dije que yo había tenido un bebé, pero que el bebé ya estaba en la tierra de los recordados (término que usamos para decir que alguien murió). Pero ella con sus 3 añitos y una enorme convicción me dijo «Mamá, usted tiene un bebé en la pancita» y yo le insistí que ya no y le pregunté que por qué ella decía eso y me respondió «porque sí, porque yo sé».
Después descubrimos que todo indicaba que era un embarazo ectópico en la trompa de Falopio. O sea, sí, yo tenía un bebé, pero él no estaba donde debería. Me fui a hacer otro ultrasonido una semana después del primero. Ahora sí se veía el saco gestacional y efectivamente estaba en la trompa de Falopio. La persona que hizo el ultrasonido fue la única que en toda esta historia me miró y me dijo «lo siento mucho». Es extraño, para las otras personas parecía todo tan normal, tan como que no pasaba nada, e inclusive no creían que yo estaba pidiendo este bebé, asumían de primera que había sido un accidente y no un pedido.
Solo me quedaba correr para el hospital y ver si existía la posibilidad de que usaran algún medicamento para interrumpir el crecimiento del bebé o si tenían que operarme.
Fui al hospital público y la procesión que había empezado días antes se puso aún más lenta. Esperaba en la sala de emergencias, una muchacha a punto de parir, demoraban en atenderla, ella caminaba por toda la sala, sola, soplando del dolor. La enfermera le dice «mamita, siéntese». Sí claro, pensé yo, es fácil decirle que se siente cuando no es uno el que está en dolores de parto. Tiempo después la hacen pasar. Después voy yo. Me atiende una doctora bien joven, ve mi ultrasonido, se lo lleva a su jefe e inmediatamente me hacen otro ultrasonido que confirma el diagnóstico. Seré internada inmediatamente.
El mundo se me vino abajo, estoy en el país en el que nací, pero no en el que vivo. No me siento cómoda aquí, estaba de paseo, no quiero quedarme más, quiero irme a mi país, a mi casa. Se me salen las lágrimas durante el ultrasonido. El médico habla por el celular con un amigo mientras me hace el examen y al mismo tiempo le explica a la doctora joven todo. Me hacen ponerme la bata del hospital y me dejan en una silla esperando. Espero, espero, espero…
Finalmente me suben, llego a un cuarto con 4 camas, todas vacías, estoy sola. Cada 10 minutos pasa alguien a hacerme las mismas preguntas. Fecha de la última menstruación, cuál método anticonceptivo estaba usando, cuántos años tengo, etc, etc…Me pregunto, qué les cuesta leer el expediente para no tener que preguntarme lo mismo tantas veces. Me sacan sangre, van a ver el nivel de las hormonas, si es bajo pueden aplicarme el medicamento, si no, pues toca operar y me toca quedarme tres semanas más en ese país que me vio nacer, pero que no es mi casa.
Sentada sola en la cama pienso en mi hija. Le dije que ya volvía y no volví. Ahora está con mi mamá. La llamo y le explico, mi hija se queda tranquila. Lo siento mucho por ella, no quería que se quedara sin la mamá esos días. Pregunto cuándo saldrá el examen y me dicen que al día siguiente probablemente.
Llega la noche, estoy intentando dormir y cuando lo consigo me despiertan para tomarme la presión. A cada rato me toman la presión. Quiero dormir. Confío en que me podrán el medicamento y podré irme.
Durante la noche prenden las luces, ingresan a dos personas. Una es una chica de 14 años, tuvo un aborto. Está sola, llora desconsoladamente, le hacen mil preguntas, le dicen que si sabe por qué está ahí, le preguntan de una forma grosera, la escucho llorar y llorar, de nuevo viene alguien a preguntarle lo mismo. Las preguntas suenan acusadoras, la juzgan, se escucha eso en la voz de quienes la entrevistan. Le dicen que al día siguiente a las 07h tiene que estar ahí su papá o su mamá. Ella explica que su celular se quedó sin batería, que cómo hace. Ellos le responden que vea cómo hacer, que lo tiene que resolver. Finalmente la dejan en paz. Ella llora.
Después llega la otra también en medio de la madrugada. Otro aborto. La entrevistan. Tiene 21 años, un hijo de 3 años y hace 5 meses había tenido un aborto, es extranjera. Su novio tuvo un accidente de moto y está también en el hospital. Está sola. Pero esta no llora, esta está tranquila, responde calmadamente a las preguntas. Está tan tranquila que hasta parece extraño. Su voz suena a la de alguien que está contando algo muy cotidiano.
Finalmente consigo dormir un poco. Temprano pasan de nuevo a medirme la presión. Pregunto si ya salió el resultado del examen, me dicen que eso me lo dirá el médico. Llega el médico y me dice que hay que esperar el resultado. Después me llevan a hacerme otro ultrasonido. Más tarde viene la doctora y me dice, «pues parece que sí es un ectópico». Y yo me digo, gran novedad, eso lo sabíamos hace días, yo solo quiero saber si me van a poner el medicamente o me van a operar. Hasta ese entonces me tienen en ayunas.
Llega la mamá de la chica de 14 y le dicen que a ella no le corresponde ese hospital y la trasladan a otro hospital. Yo sigo esperando el bendito examen y con hambre. Pasa todo el día y nada del examen. Me vienen a sacar sangre nuevamente, me dicen que es para hacerme el examen de hormonas. Les digo que ya me lo hicieron el día anterior, me dicen que tienen que hacerlo de nuevo. Llega la tarde y pregunto y me dicen que los exámenes llegan en la madrugada. Les pregunto si puedo comer, ya es de noche y me muero de hambre. Finalmente me dejan comer y beber agua.
Durante el día llegan dos pacientes más, una señora de media edad a la que le van a sacar todo el útero y otra señora mayor con un cáncer en el seno. La señora mayor está sufriendo porque es alcohólica y está en abstinencia.
Llega la noche, intento dormir. No puedo, a cada rato encienden las luces para tomarme la presión y de las compañeras de cuarto. Estoy brava con todo esto. Yo quería salir y hacerme el examen y traerlo, porque todo dependía de él y ese examen que en un laboratorio duraba 30 minutos, en el hospital ya estaba demorando más de 2 días. Ya quería irme, salir, ver a mi hija, devolverme a mi país. Saber qué iba a pasar conmigo. Lo peor era no saber…
Finalmente me dormí, a la mañana siguiente ya estaba un poco más tranquila, pero quería saber del examen. Todavía no estaba en mi expediente, una estudiante bajó hasta el laboratorio para ver qué había pasado y resulta que le dijeron que el examen lo habían subido el día anterior. Lo buscaron y finalmente se dieron cuenta de que lo habían traspapelado y que según el resultado sí me podrían poner el medicamento. Me lo pusieron y yo feliz porque sí me iba a poder venir para mi casa.
Al llegar a Brasil lo primero que hice fue hacerme un nuevo examen, a partir de ese resultado sabría si el medicamento funcionó o no. Malas noticias, la hormona estaba igual, no había funcionado el medicamento. Amaya continuaba teniendo razón, yo tenía un bebé en la pancita como ella decía. Con el examen en mano la dejé a ella en la escuela y me fui al hospital con mi compañero. Me dijeron que me tenían que hacer un nuevo ultrasonido para ver si aplicaban una nueva dosis del medicamento o si tendrían que operarme.
En la sala de espera mientras llegaba mi turno para el ultrasonido, quise llorar, pero no quería hacerlo ahí, me sentía muy expuesta. Le dije con cierta rabia a mi compañero que por favor, que no pusiera esa cara de tristeza, que necesitaba de él entero, porque yo no podía debilitarme en ese momento y que él me daba fuerza. Fue un momento muy difícil para los dos, yo estaba armada, intentando no sentir en aquella sala llena de mujeres, 100 tal vez, algunas embarazadas.
Cuando me hicieron el ultrasonido lo vi, su corazón estaba latiendo, ahí estaba él/ella sobreviviendo, sin placenta, en un tubo y creciendo. Lo que podría ser una linda noticia, o sea, saber que tu hijo está vivo, de alguna forma era mala, porque no hay condiciones de que pueda sobrevivir y ya con latidos la operación es inminente, con el riesgo de que me tuvieran que quitar una trompa de Falopio.
Salí con mi compañero y le di la noticia, vi como su rostro se llenó de preocupación. Yo continúe armada, fuerte, caminé con prisa hasta donde estaba la doctora y le entregué el ultrasonido, inmediatamente me internaron. Sobre mi estadía en el hospital no voy a contar mucho. Más que en el momento en el que me llevaron al quirófano me sentí como en una película, pensé que esa toma de lo que el paciente ve mientras lo llevan en la camilla era eso, una escena de cine, nunca pensé que vería todo desde ese ángulo. Un paciente llevado por extraños a un lugar muy frío.
Cuando llegué al pre-operatorio llegó el anestesista y me dijo que me harían anestesia general y le pregunté por qué. Se quedó en silencio y me dijo que no sabía explicar. Claro que sentí desconfianza, un rato después vino su jefa y me preguntó por qué yo no quería anestesia general y le expliqué que no era que no quería, no tenía ninguna cosa contra las decisiones de ellos, pero quería simplemente saber por qué, que me explicaran. Ahí la doctora me explicó todo muy claramente, con lujo de detalles lo que sería realizado y el por qué de la anestesia general. Me volví para el anestesista que no me había sabido responder y le dije, bueno, la próxima vez estudie mejor. La doctora se rió y me dijo, «es que yo tengo un añito más de experiencia que él».
Imagínense, usted le pregunta a una persona en las manos de la cual está su vida el por qué de un procedimiento y esa persona no sabe. Yo creo que no están acostumbrados a que les pregunten nada. Y claro, yo me la pasé todo el tiempo preguntando, sobre lo que me aplicaban, el por qué de cada medicina, el por qué del procedimiento, etc. Ellos son médicos pero no son dioses incuestionables, algunos se lo tomaban a mal, otros eran bien tranquilos y explicaban todo.
Después sólo sé que me llevaron al quirófano y les recordé que era la trompa derecha en la que estaba el embrión, porque yo iba con miedo de que se equivocaran e intervinieran la otra, porque antes de ir para el quirófano una de las compañeras de cuarto, un tanto sádica claro, me contó que unos días atrás los médicos se habían equivocado y a una paciente a la que le tenían que hacer un legrado por causa de un aborto espontáneo, le quitaron el útero y a una viejita a la que le tenían que quitar el útero le hicieron un legrado. Después de eso no me cansé de repetirles, es en la trompa derecha, es en la trompa derecha.
Vi el reloj 09h02 y no sé decir nada más, hasta que me desperté en el pos operatorio, mareada y vi las tres marcas, una pequeña herida en el ombligo e dos laterales formando un triángulo con la marca del ombligo. Me llevaron al cuarto y pregunté y si habían podido salvar la trompa o si me la habían cortado. Ninguna enfermera quiso responderme. Cuando llegó el médico le pregunté, se fue y vio el expediente y me dijo que la habían quitado. Ahí frente a mi compañero y a una amiga finalmente me desarmé, no sólo había perdido a mi bebé, como también a una parte de mi cuerpo, de mis órganos reproductores. Lloré, lloré de la mano de mi compañero mientras mi amiga me hacía cariño en el pie.
Por la noche, cuando mi compañero se fue y me quedé sola dibujé, escribí, hice mi luto.
Al día siguiente estaba en casa, con mi hija, con el papá de mi hija, con mi compañero, con mi amiga. Sin mi otro hijo y sin una trompa. Pero viva.
No sé si iré a tener otro hijo o no, no sé lo que pase de ahora en adelante. Sólo sé que Luiza está ahora en la tierra de los recordados y que por varios días mi hija Amaya jugó ese juego, el de que Luiza se iba a la tierra de los recordados, pero no antes de que ella le diera un enorme abrazo y le dijera que la amaba. Pues sí, Amaya tenía razón yo tenía un bebé en la pancita.
Amor eterno a vos mi querida Luiza, aunque tu papá y yo te pusimos el nombre de Daudi, que significa amado.

Luiza en la tierra de los recordados

Como adolescente nuevamente o si los árboles hablaran

¿Quién no ha visto dos adolescentes besándose en lugares públicos y pensado o dicho que eso le parece inadecuado?…al menos yo alguna vez lo pensé y lo critiqué y me pareció exagerado…hasta que, al ser mamá, al separarme, al no saber lo que es un beso o una caricia por mucho tiempo, sentí envidia de esos adolescente que gastan litros de saliva en la parada del bus, en el último vagón del metro, en el árbol del parque de la esquina…
Y como un regalo de los dioses, un día, volví unas horitas de adolescencia.
Todo comenzó con el teatro. Salí del taxi corriendo, entré a la boletería volando, compré la entrada y casi que inmediatamente entré a la sala. Un teatro pequeño, casi todo lleno, solo sobraban dos campos en la primera fila. De un lado una pareja, del otro un hombre solo. Casi que de reojo lo vi, ni lo vi bien, pero decidí sentarme al lado del hombre solo. «¿Hay alguien sentado aquí?» le pregunté. «Sí, usted». Primera sonrisa.
Se apagan las luces. No sé por qué siento una fuerte atracción hacia aquel hombre que no conozco y que ni vi cómo era. Freno mi impulso de volverme hacia él y ver bien cómo es. La obra comienza, reímos, lloramos, los dos reímos y los dos lloramos. En determinado momento mi pierna y su pierna se rozan, ninguno evita el roce. Las piernas se quedan una junto a la otra, su muslo junto con mi muslo. En cualquier otra situación alguno de los dos habría reaccionado moviendo la pierna, pero no lo hicimos.
Termina la obra. Aplausos en pie. Mirada inmediata de uno al otro, los dos aún con los ojos mojados de las últimas lágrimas. Y yo sonrío y le digo «soy una llorona, lloro por todo» y él «yo también». Quebramos el hielo, bueno, más bien lo derretimos, porque quebrado ya estaba desde que llegué.
«¿Y usted conoce a alguno de los actores?» le pregunto. Me dice que sí, yo le cuento que trabajo en la misma Universidad que uno de los actores y una de las actrices. Ahí me cuenta que fue dirigido por ese que es mi compañero de trabajo. «qué casualidad». Sonrisas.
Nos quedamos ahí, mirándonos, sonriendo y decidimos esperar los actores para saludarlos. Nos piden que los esperemos en la sala de estar del teatro, salimos. Ellos tardan un poco. Y así, de la nada, me ven el impulso de invitarlo. «Mire, yo estaba pensando después del teatro salir a tomar una cerveza, a usted le gustaría ir conmigo, yo ya la iba a beber sola, pues si quiere mejor la bebo acompañada». Él acepta, pero me tiene una contrapropuesta, hay un evento alternativo en un parque en el centro de la ciudad, me dice que vayamos. Yo obviamente, acepto.
Llegan los actores, los saludamos, sonrisas y miradas cómplices entre ellos y nosotros. Creo que se notaba esa energía, ese calor que él y yo teníamos. Yo sonreía como si todo mundo hubiese visto y sentido el roce de piernas en el teatro, como si todo mundo supiese que acabo de conocer a esa persona, como si todo mundo estuviese escuchando mis latidos y sintiendo mi calor y ritmo internos. Pero no, o sí, no lo sé. Sé que nos fuimos juntos a tomar el metro.
Nos bajamos del metro y caminamos hasta el parque, bajamos la Rua Augusta. En el camino él soltó «usted es muy bonita» y yo toda mensa, sonreí, le dije que pensaba lo mismo de él, me trabé, me puse roja y él dijo «ok, cambiemos de tema para que no le de vergüenza». Seguimos bajando por la calle llena de bares, ambiente nocturno, personas bebiendo en la calle, bajo Augusta. «¿Puedo tomarle la mano?» me dice. Ahí el hielo no sólo se había quebrado y derretido, como era un charco, se había calentado y evaporado. Soy una romántica y me pide tomarme la mano, morí de amor (claro, amor en sentido figurado, amor de ese que tocan las canciones de Roberto Carlos, amor de ese que uno siente cuando tiene 15 años).
Llegamos al parque donde era el evento. Una especie de show underground con varias bandas en diferentes partes del parque. Personas vendiendo cerveza en hieleras y como todo evento de esta ciudad paulistana, lleno de gente. Veo a mi alrededor y me percato de que la mayoría de gente ahí tiene al menos 10 años menos que yo…Miro nuevamente alrededor, encuentro unos amigos de mi edad. Sonrío, le presento a mi amor de butaca de teatro. Nos vamos a caminar por el parque. Me toma la mano nuevamente «¿puedo besarla?». Pero cómo, me pide la mano para caminar en la calle y después me pide mirándome con ojos de borrego a punto de ser sacrificado que si puede besarme. Ok, me sentí ahora sí protagonista de una canción romántica de esas que tocan en La hora de los novios de Radio Musical (emisora costarricense que escuché toda mi adolescencia). Y me gustó. «Sí».
Beso intenso, inicio suave, labios apenas rozando los míos, respiración, sobre oxigenación, aumento de intensidad, lengua rozando mis labios, ritmo perfecto, acelera y desacelera, más intensidad, menos intensidad, mirada, 1 milímetro de distancia entre los labios, vencimos el último milímetro de nuevo…Ok, necesitamos salir un poco de la multitud, ese beso merece más que 1000 miradas, merece un rinconcito oscuro.
Caminamos de la mano por el parque. Encontramos un murito al lado de una gruta en la que probablemente en tiempos mejores debe haber existido una virgen o cosa parecida. Así, profanando el murito de la gruta él me levanta, como si yo no pesara nada, me sienta y me vuelve a besar, nos volvemos a besar. Antes teníamos un milímetro separándonos, ahora, no hay un milímetro entre nosotros, todo nuestro cuerpo está junto, respiramos, no, no respiramos, nos ahogamos en nuestro dióxido de carbono, el oxígeno es un privilegio. Pido una pausa, o respiro o soy capaz de desvestirme, de desvestirlo en medio parque. Eventualmente pasan algunas personas caminando, medio borrachas, medio drogadas, o totalmente conectadas a otras cosas menos nosotros. Pero pido pausa, tiempo fuera, estoy derretida…
Caminamos por un sendero del parque, nos arrecostamos a un árbol. Raspamos nuestras espaldas en la corteza, volvemos a pegarnos uno al otro, volvemos a besarnos, somos una extensión del árbol, pegado a él, saliendo de él, dos lianas movidas por el viento de la noche, escurriendo sabia, «mojándolo todo» como diría la canción de Aute. Estoy sofocada, en el mejor de los sentidos, es difícil respirar en tan poco espacio, es difícil respirar cuando se quiere gemir, es difícil respirar cuando uno se quiere comer al mundo en un solo hombre. Deseo, cariño, abundancia…placer.
Continuamos nuestro camino. Necesito ir al baño. Salimos del parque, cruzamos la calle. Entramos a una panadería recién inaugurada en la baja Augusta. Camino al baño y me encuentro con una conocida, una señora. La saludo sonriente, plena, llena. Entro al baño, orino. Me miro en el espejo y sonrío, río sola. Tengo los labios hinchados, los cachetes rojos, el cuello un poco rojo por causa de la barba de ese hombre, mi compañero de butaca de teatro. El pelo despeinado, el trasero sucio. Me río. Me río pensando en la mirada de la señora que saludé cuando entré a la panadería, me río porque siento que se me ven los besos en todas partes, me río porque irradio sexo, cariño, pasión, aventura, irradio adolescencia, me siento sí una adolescente de esas que besó por horas a su novio arrecostada al árbol del parque de la esquina de la casa, la que dejó perder la parada del bus para seguir besándose, me río porque tengo 30 y tantos y soy mamá y soy profesora y soy adulta y me río como adolescente porque cuando salga de la panadería sabré que tengo una historia para contar.
Salimos, nos vamos a sentar a un bar para tomar la última cerveza. Beso en el hombro. Manos entrelazadas. Se acaba la primer botella. Más besos. El bar está cerrando. Última cerveza. Salimos. Se va a tomar el tren, me voy a tomar el bus.
Eso es lo que sabemos de nosotros. Que nos amamos por un día como adolescentes y fue suficiente. El resto, no importa. Sin número de teléfono, sin dirección, sin nombre completo…dos lianas de un árbol, eso fuimos, dos lianas enmarañadas y llenas de sabia…

Amaya viene antes de la Luna

Cuando tenía unos 18 años siempre decía que no quería tener hijos, unos años después fui cambiando de opinión y decidí que los tendría si encontrase un compañero para hacerlo, después me dije, además los tendré si yo misma puedo criarlos, porque para dejarlos en una guardería todo el día, mejor no los tengo.
A los 33 decidí que era el momento, estaba con alguien en quien confiaba y confío, un trabajo que me deja acomodar mi tiempo y claro, pensando en que no quería demorarme mucho para que no me dejara el tren, porque además si iba a tener hijos que fueran dos, porque uno era muy poco.
Recuerdo que estábamos en Perú, andábamos en un viaje por América Latina, ahí decidimos que sí, que íbamos a tener un hijo juntos y bueno, dicho y hecho, un mes después quedé embarazada, estando en México. Pero me di cuenta hasta que volvimos a Brasil, cuando tenía casi un mes. Digo casi un mes porque me fui a hacer la prueba antes de estar suficientemente atrasada, pero es que yo sabía que estaba embarazada, sabía cuándo y el lugar donde me embaracé.
Ya algún día escribiré sobre el embarazo, pero ahora quiero contar mi parto.
Dicen que cuando uno habla diferentes lenguas, cuando reza y cuando hace cálculos matemáticos siempre usa su lengua madre, y yo debo decir que cuando uno pare también. Vivo hace más de cinco años en Brasil, considero que mi portugués es bastante razonable, pero cuando llegó la hora P, sólo hablé español, por eso me disculpen los que no hablan español, pero este relato tendrá que ser en español, así como fue el parto.
Nos habíamos cambiado de casa hacía tres días, hacía dos semanas habíamos cambiado de planes de parir en la Casa de Parto y decidimos parir en casa, en la casa que nos tocara, la que estábamos dejando o la nueva.
Cuando nos cambiamos me apuré a acomodar el armario y el cuarto en general, subí en una silla para acomodar ropa arriba del armario, de hecho, armé el armario junto con mi compañero, subí y bajé con cosas las escaleras de la casa, no descansé.
Un martes por la noche me dije, ah no, llevo tres días sin salir de casa, quiero ir a comer fuera. Así que salimos y me pegué una comilona, en medio de la comilona, me empezaron unas contracciones bastante seguidas, pero no dolían mucho. Igual pensaba, “no, todavía no es la hora, estamos en la semana 39 apenas”. Pero faltaban tres días para la luna llena y yo sabía que mi hija iba nacer antes de la luna llena.
Esa noche fui a dormir y no tuve más contracciones. Al día siguiente, 10 de agosto, como a las 10 de la mañana comenzaron de nuevo. Un poco mas seguidas y dolían un poquito. Pero yo seguía diciendo, “no, no es nada”, de hecho, estaba planeando salir a cenar esa noche con mi suegra y otra gente de la familia de mi compa.
Mi compa se fue a trabajar como a las 3 de la tarde, y mis contracciones estaban de 5 en 5 minutos, yo las iba anotando en una libretita negra, pero no duraban más de 30 segundos y no dolían tanto. Pero llegando unas cinco de la tarde la cosa comenzó a cambiar, eran más seguidas y más fuertes y ahí mi compa volvió e insistía en que llamara a la doula, Mariana, pero yo de necia que no, que no era nada que no llamáramos para nada. A fin de cuentas la llamé, y una hora después ya eran muy seguidas y realmente dolían, y duraban más de 45 segundos, ahora sí me dije, creo que llegó la hora.
Llamamos a Mariana y a Ana Cris, la partera. Primero llegó Mariana como a las 8 de la noche, después llegó Ana Cris, pero sólo tenía un dedo de dilatación, mi bolsa no se había roto y tampoco había salido el tapón, así que Ana Cris fue a su casa a recoger unas cosas y yo me quedé con mi compa y con Mariana. Ana Cris recomendó que me diera una ducha.
Entré al baño, me senté en el banquito de parir, ahora sí que dolía mucho. Sentada y bajo el agua, comencé a sentirme sola, como una niña pequeña y comencé a tararear una canción infantil, me abracé y comencé a balancearme como arrullándome. De repente me puse a llorar, no del dolor, pero sí por la niña herida que estaba dentro de mí que necesitaba cariño, atención, abrazos, que se sintió abandonada, que se sintió desprotegida y que ahora, Gina la futura madre, tenía que cuidarla para después poder cuidar a su hija. La niña Gina continuaba siendo arrullada por la Gina madre. Lloré mucho, lloré las lágrimas de la niña, la que necesitaba amor y poco a poco me fui calmando y logré salir del baño.
Las contracciones continuaban fuertes, con intervalos muy cortos. Mariana y yo comenzamos a trabajar con sonidos graves. Ahí Mariana hizo un toque, casi dilatación total, pero qué es eso, tan rápido, dijo Ana Cris, cuando la llamaron, ella llegó y efectivamente la dilatación era casi total, tenía más de siete dedos, aumentó muy rápido.
Hasta ahí pensé que entonces ya no faltaba mucho, podrían ser unas once de la noche. Pero claro, no sabía que todavía me faltaría un buen tiempo, no porque el parto lo necesitara, si no porque la Gina mujer lo necesitaba.
Las contracciones no daban tregua, duraban más de un minuto y prácticamente no había espacio de tiempo entre una y otra. Yo entré y salí de la piscina varias veces, y el dolor no se calmaba. En medio de eso debo decir que vomité varias veces, todo lo que estaba dentro de mí debía ser puesto afuera y ese fue sólo el comienzo de poner cosas fuera de mí, cosas que ya estaban podridas de tanto ser guardadas con rencor y ahí, comencé a matar antiguos demonios.
Arrecostada de cuatro sobre unas almohadas, comencé a gritar que no aguantaba más, que me dolía mucho, que no iba a aguantar, que estaba cansada. Mariana me tomó de la mano y comenzó a hacer sonidos graves, abriendo la boca y los ojos exageradamente y me indicó que la siguiera, yo comencé a hacer eso con ella tomándola de la mano. Hacíamos mucha fuerza, nuestros brazos temblaban y nuestro rostros se habrían cada vez más. Cada grito era muy grave, un grito de guerra, de morir o matar. Y fui matando, sí, matando esos demonios antiguos, Mariana me recordaba de la sombra, y esa sombra que era enorme y a la cual le tenía mucho miedo y odio, apareció aún más grande este día y mi hija y yo comenzamos a matarla, a eliminarla, a confrontarla, a visualizarla pequeña, a ver que era tan solo un reflejo de dolores antiguos y que no podían afectarme más.
Mariana fue toda una guerrera, su brazo con el mío empuñaron la espada para enfrentar los viejos demonios que sólo yo conocía y que realmente sola tal vez iba a poder confrontar, pero su mano y su rostro me ayudaron a no perder el valor, a ser una guerrera a ser Kali la diosa con la lengua para fuera.
Pasada la lucha, que duró varias horas y le rindió una noche sin dormir a mis vecinos, que dicho sea de paso, yo ni conocía, porque como dije, nos acabábamos de pasar de casa, comencé a entrar en el parto de mi hija, antes estaba en mi propio parto, en la despedida de la niña, la sanación de la mujer y la bienvenida de la madre.
Y ahora sí, a pujar se ha dicho. Para esa altura ya eran las cinco de la mañana, el sol despuntaba en el horizonte. Y era pujar y pujar y aquella niña no se asomaba, la bolsa no se había roto y parecía que ella iba a nacer dentro de la bolsa. Estaba dentro de la piscina cuando Ana Cris me dijo que si yo quería ella podía hacerle un pequeño huequito a la bolsa y que eso aceleraría probablemente el trabajo de parto y yo que ya no aguantaba más, le pedí que lo hiciera, ella lo hizo y según yo después de eso todo iba a ser rápido. Pero no fue tan así. Esta bebé necesitaba su tiempo para salir, ella estaba ahí, saliendo, pero poco a poco.
Salí de la piscina porque no parecía estar ayudando, pasé a la cama, mi compañero detrás de mí, realmente dolía mucho, después pasé al banquito de parto, mi compañero atrás de mí, debo decir que hasta aquí ya había hecho varias veces caca, ya había perdido el glamour vomitando y cagando. Quién dijo que mi parto sería glamouroso, sería lindo sí, pero no glamouroso, jjjjj.
Mi compa me decía que ya casi, y pujaba conmigo, ahí pensé, sólo falta que él se cague también, jjjj. Ana Cris me mostraba con el espejo que mi hija estaba saliendo, y de hecho ella salía un poquito, pero se devolvía, pasó en esas casi dos horas, hasta que finalmente asomó su cabeza y coronó. Yo bajé mi mano y la toqué, toqué su pelito ya afuera, pero su cabeza no terminaba de salir.
Y era salir cabeza, devolverse cabeza, salir cabeza, devolverse cabeza, pucha, me pregunté, pero cuánta cabeza tiene esta chiquita, jjj.
Y mi compa decía, ya está, ya viene y la cabeza volvía atrás, hoy nos reímos de las varias veces que creímos que ya iba a salir y no, tanto que Mariana tiene varios videos, pensando que ya iba a salir y no salía.
En una me dije, ah no, sale porque sale y pujé lo más que pude y en un grito que juro, no podría reproducir hoy, la cabeza de mi hija salió, pero de cuerpo, nada, todavía seguía adentro. Y pasaron unas dos contracciones y el cuerpo no salía, ahí me dije, que me importa, pujo aunque no haya contracción y el cuerpo salió.
Me la pusieron en mi pecho, todavía había contracciones y yo no sabía qué sentía, si dolor, si alegría, si reír o llorar.
Amaya Luna nació, antes de la luna llena, como yo lo sabía. Mamó en su primera hora de vida, fue abrazada por su padre y por su madre, se quedó en mi pecho mucho rato, su padre cortó el cordón y no lloró al nacer. Dos horas después ya estaba viendo a su papá como diciendo, y este quién es, jjjj.
Un parto deseado, amado, respetado, humanizado.
Y bueno, después vino la placenta que debo confesar probé, tomé un poco de la sangre que le chorreaba, si los otros mamíferos lo hacer por qué yo no.
Amaya Luna está aquí, el día 11 de agosto del 2011 nació una hija y nació una madre que tuvo que despedirse de una niña y darle valor a una mujer para ser la madre que es hoy.

Gracias Ana Cris, Mariana y Ana Paula, y sobre todo gracias a mi compa Mariano y a Amaya por habernos escogido para venir al mundo.