El Niño. Un amor que no acaba nunca. Parte II

Dónde está El Niño…Dónde está…

El resto del día me la pasé pensando cómo hacer para encontrarlo. Y ahí se me ocurrió. Claro, tengo que ir nuevamente a la iglesia donde lo conocían. Me acordé que decía que al día siguiente había misa, así que pasé esa noche con el corazón en la mano. Al día siguiente llegué a la salida de la misa, llamé al padre y le conté lo que había pasado. Lo único que me supo decir es que una voluntaria lo había encontrado en la calle llorando, mojándose y que se lo había llevado a un orfanato cerca de Lapa, pero que él no sabía el nombre del orfanato. Que si quería lo llamara unos días después porque él le iba a preguntar a la señora dónde quedaba el lugar.

Yo realmente no tenía corazón para seguir esperando. Así que llegué a casa, entré a internet y me hice una lista con todos los orfanatos de la zona de Lapa. Lista en mano bajé al teléfono y comencé a llamar:

«Disculpe, pero ha llegado en estos días un niño de unos cuatro años a su abrigo, se llama El Niño», «No, no tenemos niños pequeños». «Gracias». «En estos días una señora ha llevado a algún niño de unos cuatro años». «Disculpe pero no podemos darle esa información», «Pero es que yo soy su amiga y lo conocí… y su madre, y…estoy desesperada…y»…Y así muchas llamadas. Hasta que en uno de ellos me dicen, «Sí, lo han traído», «Puedo ir a ver si es él, por favor, necesito verlo».

Nada más lindo que llegar a una casa y ver por la ventana una carita sucia, que abran esa puerta y que un niño se te cuelgue del cuello y te diga «Tía, tía». No saben la emoción que sentí, lo increíblemente feliz que fue ese momento. Él estaba ahí, con ropita, en una casa, sano y salvo y yo lo podía ver cuando quisiera, porque la directora del hogar me dejó visitarlo.

Entonces lo continué visitando, jugando, aprendiendo cosas. Recuerdo que una noche, después de una fiesta infantil en el abrigo, una mujer que supuestamente lo quería adoptar y a la cual él llamaba de mamá, tuvo que irse. Entonces como sabía que él iba a llorar cuando se fuera, me dijo que se iba a escondidas y que si él preguntaba le dijera que ella volvía mañana y que de hecho iba a volver. Ella se fue, pero cuando él se dio cuenta después de un rato, comenzó a llorar, llorar, llorar. Lo tomé en los brazos y lo abracé, se contorsía y lloraba, yo lo entendía, yo sé lo que es llorar y sentir que nunca más se va a parar, a mí me pasa eso. Así que me fui al patio de la casa, me senté en una silla con él en brazos y lo dejé que llorara, lloró por más de dos horas,  a veces con más ímpetuo, a veces sollozando, pero siempre llorando. Después de esas dos horas y resto, comenzó a parar, le comencé a enseñar el cabayo que él tenía en su camisa, él sonrió; le conté una historia y poco a poco comenzó a calmarse…Pero yo también tenía que irme, no podía dormir ahí. Ya eran las once de la noche e iba a perder el bus para volver a casa. Tuve que irme, él se quedó llorando. Yo igual perdí el bus.

Mis visitas continuaron. La directora del abrigo me preguntó si no quería adoptarlo, ella pensaba que yo lo podía cuidar bien, él era muy cariñoso conmigo y probablemente se adaptaría fácilmente. Sin embargo había otra persona que también quería adoptarlo y esa otra persona tenía dinero, yo lamentablemente sólo tenía amor, mucho amor.

Unos días después encontraron a una de sus tías, tía de sangre, hermana de su papá y el juez prefirió darle la custodia a ella y no a la señora adinerada. Yo también lo preferí así, su tía no era rica pero la otra tenía dinero pero no modales, tenía dinero pero no consciencia social.

Llegué al abrigo. «Se lo llevaron, su tía lo adoptó». «Así, sin despedirme, sin decirle cuánto lo amaba, sin un beso o un abrazo, así lo perdí nuevamente»…

Pero hay cosas que no se pueden quedar así, porque este es un amor que no acaba nunca…