El Payaso. Parte I

Un cuerpo sudado, dos cuerpos sudados, hambre, una mesa, dos sillas, un jardín y un sueño para contar. La primera vez que tuve un contacto con El Payaso fue por teléfono, «Mire pero no es mi culpa que el cheque no haya salido», «Sí, pero ustedes qué creen que pueden hacer lo que les dá la gana», «Pero mire, si él no dejó el cheque no puedo hacer nada», «Sí, pero…» y se escuchaban los gritos en el teléfono. Dos días después, «Hola, soy El Payaso». Un mes después, «Bueno, entonces a qué hora nos vemos mañana para entrenar malabares», días después, «Bueno, el calentamiento lo hago yo y vos te encargás de la parte de acrobacia». Después del entrenamiento. V

La salita chiquitica

Donde viví con El Payaso

olvemos a la primera línea, dos cuerpo sudados almorzando. Miradas, silencios pronunciados, casi gritados, sonido de masticar, de tragar y…»sabe que me soñé con usted, soñé que nos besábamos y la verdad es que desde hace días tengo muchas ganas de besarlo, pero no me atrevo», «Yo también he sentido una energía muy rica con usted»…»Pagamos», «Sí, pagamos».

Caminamos hasta la oficina donde yo trabajaba, me dejó allá, todo el camino fue un gran silencio y dos o tres idioteces sin importancia. Al final, un beso, un beso en la boca, de aquellos de periquito. Entro corriendo a la oficina y me encuentro a mi amiga y le digo con un grito ahogado, «Besé a El Payaso».

Una cama, una cobija, un celular cerca. «Acabo de terminar de trabajar, quiere que pase por su casa», «Sí». Volvemos a la primera línea, dos cuerpos sudados. Avanzamos. Despertar acompañado. Un día después, «Su casa o mi casa», una semana después, «Estoy llegando», un mes después «Es un absurdo estar pagando el alquiler de una casa en la que no vivo», «Sí, es absurdo». Días después, «Cuidado con los platos, adónde voy a poner mi ropa…»

Y fue así que El Payaso y yo llegamos a vivir juntos, a dormir juntos, a cocinar juntos, a cuidar de su hijo juntos, hasta llegamos a besar a la misma mujer juntos y casi al mismo tiempo. Vivíamos en una pequeña casa dentro de una finca, pero la falta de espacio nunca nos incomodó. Un cuartito, una salita que servía de sala, cocina, sala de la tele, oficina y jardín de niños. Pero afuera, vacas, cabras, puercos, perros, leche, yogurt, queso, papaya, bananos, zancos, malabares, telas, niños, mujeres, hombres, aire, libertad, amor.

El Payaso llegaba por la noche se metía en mi cama con su olor a canfín, a aguarrás, o a gasolina, había escupido mucho fuego esa noche, había brillado en frente de ojos atónitos y cansado traía su calor, no importaba el cansancio o que fuera la madrugada, o que yo tenía que trabajar temprano el día siguiente o que nada, él con sus manos de malabarista dominaba perfectamente el arte de apalpar, de sentir y así lo hacía con mi cuerpo. Lento, sinuoso, delicado. Nunca tuve noches mejor dormidas en tan pocas horas. Nunca me importó que me despertara con su toque, nunca me sentí cansada al día siguiente. Y si llegaba cansada por la noche, sabía que en la mesita, aquella chiquitica que estaba en la sala, me esperarían un plato de comida, una cerveza y unos brazos. Porque eso tenía él, cocinaba muy rico, y abrazaba aún mejor. Si es que existe algo que se llame amor, creo que fue lo que sentí por El Payaso.

Dos cuerpos calientes, un cuerpo lejano…Tres cuerpos, una casa, otro país, otra lengua…Tendrán que leer la parte II de El Payaso