No lo soporto o la luz que iluminó el fin

Un día una amiga me dijo: «yo sé exactamente el día en que me di cuenta de que esta relación no podía continuar más», otra me dijo una vez «uno puede tolerarle muchas cosas a un novio o a un compañero, pero si eso que no nos gusta, por tonto que parezca, no lo soportamos, pues la relación debe terminar».

Esta es una lista de esos momentos, míos y de otras mujeres, si tenés algún otro para contar, no esperés, escribí un comentario:

  • Yo me di cuenta de que no podía aguantarlo más cuando un día a las 2 de la tarde, lo vi sentado en el sillón fumando, mientras fumaba, la ceniza del cigarro le caía en la panza, y él ni se preocupaba por eso.
  • Yo, cuando un domingo en su apartamento, eran como las 10 de la mañana, él prendió el tele, agarró una cerveza de la refri y se sentó a ver partidos de fútbol casi todo el día.
  • Yo lo vi levantarse de la cama desnudo y se le veían muchas arrugas en la espalda, yo tenía 22 años, qué estaba haciendo con un hombre de más de 50.
  • El día que por tercera vez en todo el matrimonio me amenazó de que se iba y después llamó para decirme que no, que se había arrepentido, le dije, «no, ahora es que sí se va de una buena vez».
  • Decidí que las cosas debían terminar cuando después de que yo había trabajado todo el final de semana, llegué el domingo por la noche muy cansada y lo encontré despatarrado en el sillón, la casa sucia y llena de latas de cerveza de la fiesta que había montado con sus amigos el día anterior por la noche.
  • Una vez tuvimos sexo y el condón se rebentó, yo estaba en los días fértiles, cuando le dije que finalmente había menstruado, él dijo: «yo ni siquiera estaba preocupado, igual usted podría abortar». El hecho no era el aborto o no, era que ni siquiera lo habíamos conversado.
  • No me gustaba el olor de su sudor, además cuando hacía calor se le ponía el cuello rojo, eso me daba un poco de repulsión y no aguanté.
  • Él tenía las uñas de los pies con hongos, no lo soporté.
  • Se comía las uñas, entonces tenía los dedos de las manos muy feos.
  • Tuvimos sexo y no conseguí mojarme pero ni con lubricante artificial, estaba más seca que la llanura en verano.
  • No soporto que un hombre diga algunas cosas durante el sexo, uno dijo «querés la lechita mami», olvídenlo, después de esa nunca más.
  • No aguanté a un hombre que cada vez que tenía un orgasmo lo que decía era «hijueputa», pero por qué madriar en esa hora.
  • Puedo soportar muchas cosas, pero no puedo soportar que fumen tabaco.

Bueno, estas son algunas de las cosas que algunas mujeres no soportamos, pero estoy segura de que hay más, y tan diversas como mujeres existimos. Por eso, cuando encontramos a alguien a quien le podemos soportar esas pequeñas cosas cotidianas, nos vuelve el alma al cuerpo.

Una cama quebrada, poemas y un corazón roto PARTE II

Te explicaré por qué te quiero

cruzaste los cielos sin olvidar distancia

grande, vacía de razones

y guiada por un sol de azules ojos

descansaste en mi almohada

allí convertimos la oscuridad en leyenda

en búsqueda de fuentes de energía

para encender la única vela

y ver que ya me conocías

lejanos de tu tierra y de la mía

huérfanos y dueños de la madrugada

portadores de himnos sin mucha diferencia

y sin celo de lo amado

sancocho u olla de carne es lo de menos

y la tilde no le cambia el sabor a los FRIJOLES

a 25 cm o a ras del piso

el amor es el mismo

llevaste mis semillas a tu costa

yo me quedo con las tuyas

y atento estaré en la madrugada

tras la puerta  y con fértiles recuerdos

EL POETA

Yo continuaba recibiendo estos poemas, y sus correos y sus llamadas telefónicas. Así que un día hablé con mi mejor amiga y mi hermano, ellos me prestaron el dinero y me fui para Colombia a ver a El Poeta. Sola, en el avión iba muy nerviosa, qué pensaría él al verme, cómo reaccionaría, debería haberle dicho algo, debería haberle avisado…

En el aeropuerto en el que tenía que hacer una escala conocí a un señor colombiano, nos pusimos a hablar y le conté por qué estaba yo viajando para Colombia, le conté que pensaba dormir en el aeropuerto, porque llegábamos muy tarde y no había más buses, y yo tenía que ir al día siguiente a tomar un bus para Popayán. Dio la casualidad de que este señor se sentó a la par mía y hablamos bastante durante el viaje. Finalmente, él me dijo que era peligroso que me quedara en el aeropuerto de Cali, que no era muy seguro. Me invitó a quedarme en la casa de su hija y de su madre. Yo acepté, rezando para que no fuera un loco me subí en el taxi con él, en una ciudad que no conocía nada bien. Cuando llegamos a un barrio y vi una chica y una señora saliendo de la casa hasta que me volvió el alma al cuerpo. Este señor fue realmente un ángel que me ayudó en el camino. Al día siguiente su hija me acompañó a la terminal de buses para ir a Popayán.

Cuando llegué a Popayán, no me acordaba muy bien dónde quedaba la casa de El Poeta, de hecho ni sabía si todavía vivía ahí. Viendo las casas, las calles, conseguí ubicarme y lo busqué en su casa, toqué a la puerta, esa puerta enorme con un picaporte enorme por dentro también. Vi una sombra acercarse y abrir, era una chica, él no estaba y bueno, qué le iba a decir yo a ella, déjeme entrar para esperarlo. Me dio vergüenza y me fui. Fui a buscarlo a su bar y tampoco estaba. Cuando no sabía muy bien qué hacer, en medio del camino vi a un amigo suyo trompetista, él me dijo que El Poeta estaba almorzando y me dio la dirección. Iba yo caminando por la acera que él le llama andén, cuando lo vi, venía con dos amigos, él venía distraído, yo lo vi y no pude caminar más, sus amigos me vieron y le tocaron el brazo indicándole que alguien estaba en frente con cara de idiota, parada, mirándolo.

Imagínense esas películas súper polas, donde la pareja que hace tiempo que no se ve sale corriendo y se encuentra en un abrazo, pues más o menos fue así. Porque es que esta historia con El Poeta, como dije antes, siempre fue lírica. Nos abrazamos por un largo rato y nos fuimos a su casa.

Lo qué pasó..pues pasaron muchas cosas en una semana. Decidimos que él iba a irse a vivir a mi pequeño país, porque la situación política del suyo estaba cada vez peor. Si nos casábamos, pues él podía quedarse.

Volví a mi país llena de ilusiones, aún vivía con mis papás, entonces decidí salir de la casa, porque si él venía no iba a poder recibirlo ahí. Me mudé con una amiga y su novio. Hicimos todos los planes, nos continuamos llamando por teléfono y escribiéndonos.

Lo que no pasó…una semana antes de que él llegara no lo conseguí localizar más. El Poeta había desaparecido, su teléfono no existía, su correo no funcionaba, no llamaba más ni escribía más. Pero qué pasó, ya todo estaba listo en mi país para recibirlo.

Meses después decidí llamar a mi amigo de Cali, me contestó su mamá. La saludé y le pregunté por El Poeta, ella me dijo «Usted supo que se casó y tuvo un hijo verdad» y yo le contesté trémula en el teléfono, fingiendo serenidad, «sí, sí, claro yo supe, él me contó, bueno, me saluda a su hijo».

Diez años después hago una obra de teatro y quiero usar sus poemas, consigo comunicarme con él. Me habla como si nos hubiésemos visto ayer. Se divorció, su hijo está muy grande ya. Me cede los derechos de autor de sus poemas y dice que continúa enamorado de mí, que nos casemos, que hagamos una vida juntos, me llena de lindas palabras, me escribe, me canta. Y yo, que ya no tengo veintipocos, no digo nada, sólo me río, porque al final él es El Poeta, qué sabré yo de palabras.

Una cama quebrada, poemas y un corazón roto PARTE I

A El Poeta lo conocí de una forma un poco diferente. En un Festival de Teatro en Perú conocí a unos chicos colombianos de un grupo de Cali, la historia de infidelidad de ese viaje ya merecerá su propia entrada en el blog, pero será después, porque hoy quiero hablar de El Poeta.

Pues en un diciembre se me ocurrió ir a visitar a mis amigos de Cali, así que mochila en mano me fui. Vale decir que soy de otro país que no es Colombia, un país chico en América Central. Cuando llegué a Cali mi amigo me dice que iba a pasar Navidad en la casa de sus abuelos en Popayán y que si yo quería ir, pero que tendría que quedarme en casa de un amigo suyo, pues sus abuelos eran muy conservadores y yo no podía quedarme con él. Como nunca he sido delicada para esas cosas, no me importó y nos fuimos para Popayán.

Cuando llegamos a Popayán mi amigo me llevó a la casa de El Poeta, fue así que lo conocí. El Poeta tenía un bar con nombre de mago. Era una casa grande, alquilada por varios estudiantes, aquellas casas coloniales con puertas gigantes y techos muy altos, un corredor interno y en el fondo, al final del corredor, el cuarto de El Poeta. Él estudiaba música en la universidad, tocaba guitarra, hacía origami, escribía poesía, era fotógrafo, bueno, todavía lo es. En otras palabras todo un artista.

El poeta era un chico delgado y bajito, moreno, se sentaba en la cama y comenzaba a tocar, con el póster del Che Guevara a sus espaldas y el cuarto iluminado por luz de velas. Sólo de pensarlo me convenzo de que realmente era imposible no haberme enamorado de él.

Esa primera noche mi amigo decidió dormir con nosotros para que yo no me sintiera incómoda. Él durmió en el piso y El Poeta y yo en la cama, o al menos en lo que quedó de ella, porque en medio de irnos a dormir El Poeta y yo comenzamos a hacernos bromas y cosquillas, la cama se quebró y plácata, nos caímos.

Ya cuando uno ha quebrado una cama rompe el hielo y no hay más ceremonias. Así que mi amigo no durmió más con nosotros el resto de las noches. De hecho, él volvió para Cali y yo me quedé en Popayán. El Poeta me escribía poesía y yo a él, todos los días él me cantaba, me besaba, me abrazaba.

Con El Poeta fumé mariguana por primera vez, estábamos con uno de sus amigos y me ofrecieron, pero yo nunca había probado, así que me arriesgué, igual ya no era una adolescente, tenía 23 años. Fumé, me senté en la cama y le dije, pero es que no se siente nada y me comencé a reír locamente, y decía a grito pelado en medio de la risa, «es que no se siente nada» y no paré de reír hasta mucho rato después. El Poeta me hacía reír, me hacía sentir placer. Por las noches trabajábamos en su bar con nombre de mago, preparábamos las bebidas, conversábamos con los clientes y para la celebración del año nuevo bailamos sobre las mesas y terminamos en la madrugada haciendo el amor en el piso del bar, en la pura madera hasta ver el nuevo año llegar, un año que nos vio llegar teniendo placer.

Es gracioso, cuando escribo sobre El Poeta hasta parece que es necesario volverse un poco lírico. Pero es que sólo el hecho de pensar en él me hacía escribir poesía, escribí tanto en esa época…

Estando yo allá, asesinaron a un hombre en el parque, hubo manifestaciones por las calles, El Poeta estaba dentro de la Universidad y yo fuera, los militares no me dejaban entrar, yo estaba desesperada, él me veía por entre las rejas del portón intentando agarrarme la mano y convencer a los soldados de que me dejaran entrar, fue muy desesperante. Finalmente entré. Después, otro día por la noche, había toque de queda y sin saber nos quedamos en la calle, tuvimos que volver a la casa escondiéndonos, pegados a los muros coloniales de Popayán.

Con El Poeta supe lo que era la guerrilla y lo que era vivir con miedo de ser muerto en medio de la calle. Vi por primera vez militares, soldados, con sus grandes armas apuntándote. Tal vez y hasta por eso fue tan difícil olvidarlo.

El viaje terminó y seguimos nuestra comunicación por teléfono, por correo, por telepatía, por recuerdos, por fotos, por cartas, por poemas…

Amo la hierva que crece en el monte

Como el asfalto que acelera su distancia

Amo el agua que complace mi garganta

Y el fuego que conquista su ansia

Amo el cigarrillo en las mañanas

Y la tos de dependencia

Amo la paz de los fusiles

Y la guerra de las palomas

Amo la vida y la muerte eterna

Amo la flor y el perfume

Amo un libro igual que al árbol

Amo el universo y mi impotencia

Qué no debo amar?

Amo la música y la vela

Amo el tiempo

Amo la panela y la canela

Amo el ruido y el oído

La luz y mis ojos

Amo caminar, avanzar, recordar, avanzar…

EL POETA

Me fui, pero volví…

Ver PARTE II

Luna de miel a 3 o 4, mejor dicho…

Está bien, voy a confesarlo, una vez me casé. A veces uno hace algunas cosas de puro impulso, por puro no saber qué hacer de nuevo, rsrsrsrsr. El matrimonio es un capítulo aparte, pero ahora les voy a contar de mi luna de miel.

En general nuestro concepto de luna de miel son unas vacaciones con tu pareja que deberían de ser no menos que un paraíso, lindas montañas o playas, o ambas, sol radiante o una hoguera en una casita de madera. O un viaje a otra ciudad o…bueno, eso siempre depende de cuánto dinero uno tiene. Ahora, en mi caso fue un poco diferente. Me casé un 11 de abril, 4 días antes de cumplir 25 años. Teníamos muy poco dinero pero igual queríamos ir a alguna playa para la luna de miel. El problema era que en esos días yo estaba ensayando una obra de teatro que iba a estrenar dentro de 15 días. Conclusión, no podía irme de la ciudad y parar de ensayar. Solución al problema, irme de luna de miel con el actor con el que estaba trabajando. Así, durante las mañanas ensayaríamos y durante la tarde y la noche mi nuevo marido y yo podríamos disfrutar de nuestra maravillosa luna de miel.

Detalle, el actor con el que yo trabajaba era un «ex»  al que llamaremos El Actor. Pero bueno, cosas del pasado ya no importaban más. El Actor nos propuso que fuéramos a una playa en el Caribe, muy linda y que una amiga suya tenía una casa allá que nos podía prestar y que tenía dos cuartos donde cada uno tendría su privacidad. Pintado de esa forma pues no parecía tan mala idea.

El Actor se fue en carro y Mi Marido y yo en bus. Después de nuestras 5 horas de viaje y de perdernos un poco buscando la casa, llegamos. Nos esperaban en la puerta El Actor y su perro, que llamaremos Perro. Mi Marido y yo entramos a la casa, vimos los cuartos y sorpresa…la pared que dividía un cuarto y el otro era de madera y tenía unas hendijas bien grandes, o sea que dava para ver y escuchar todo de un cuarto al otro, para terminarla de hacer, el cuarto no tenía puerta, sólo una cortina de tela, entonces Perro entraba a cada rato al cuarto, e incluso en los momentos menos convenientes.

Pero bueno, esas eran las circunstancias de la casa y no quedaba de otra, era lo que teníamos e intentaríamos hacer la convivencia entre los cuatro lo mejor posible. Cuando pensé que todo lo malo ya había pasado, llega un grupo de adolescentes hijos de la dueña de la casa a quedarse allá también. Su mamá, no nos había avisado que ellos iban a llegar, pusieron su tienda de campaña en el patio y bueno, ya no éramos sólo cuatro, ahora éramos siete. Buen número, el número de la perfección.

Paréntesis (me ha costado mucho escribir este capítulo, me gusta el silencio y no he podido tener silencio para escribir, así que he tenido que ponerme unos tapones amarillos en los oídos, cerrar la puerta y ver si así lo consigo, es el precio de vivir con seis personas en un lugar hecho para tres).

Después de los inconvenientes de falta de privacidad, de saber que estábamos en un cuarto donde el perro entraba a cada rato y nuestro vecino o sea El Actor que era mi «ex» veía y escuchaba todo lo que pasaba en nuestro cuarto, intentamos hacer la convivencia amena, tan amena que resultó que Mi Marido acabó de súper amigo de El Actor, tan amigos que se iban a fumar a la playa juntos, a caminar al atardecer juntos, a conversar sentados en un árbol caído en la arena y yo, yo acariciando el perro en el corredor de la casa.

Así que esa fue mi mejor o peor luna de miel, porque finalmente fue la única y tal vez la primera y la última.

Leal como un perro, fiel como un perro

La liebre salta donde menos se lo espera una. Llevé a mi sobrino al teatro, era una obra infantil de un grupo nicaraguense. La obra fue linda y como tenía títeres mi sobrino y yo subimos después al escenario a verlos. Uno de los actores nos los enseñó. Yo lo vi y no pude evitarlo, él era lindo, moreno, alto, le sonreí. Siempre me gustaron los hombre morenos. Bueno, pero mi sobrino y yo nos fuimos y por ahí terminó la historia. Además en esa época yo vivía con El Payaso.

Por la noche me llama mi amiga Raq y me dice que va a haber una fiesta en la casa de un amigo suyo, El Payaso y yo estábamos invitados, así que fuimos. Yo que entro a la casa y lo veo, al chico de la obra de teatro. Pero yo estaba con El Payaso. La fiesta transcurrió normalmente. Hasta que en un momento me fui al baño y cuando iba a salir me encontré al chico en la puerta. Él se me quedó mirando, me tomó de los hombros y me empujó con cariño para adentro, para el baño, trancó la puerta y me besó y yo lo besé y nos abrazamos y fue muy rico. La ventana del baño dava a la sala donde estaba El Payaso y el resto de la fiesta, ignorando que ahí, a un metro había dos personas disfrutando un beso maravilloso. No podíamos tardar mucho, era necesario salir. Pero si había alguien esperando el baño, era una fiesta, las personas beben y van mucho al baño, qué iba a pasar si El Payaso era el que estaba afuera y me veía saliendo de ahí con el chico…

Sin pensarlo mucho yo salí, al rato salió él y la fiesta continuó, normal, bonita como estaba. Sin miradas diferentes, sin nada diferente, más que una complicidad entre los dos.

La fiesta terminó, El Payaso y yo nos fuimos, el grupo de teatro de Nicaragua se fue y nunca más lo vi.

Por eso digo, soy leal, muy leal. A El Payaso yo lo amé, fue la relacion más linda que hasta el día de hoy he tenido, terminó mal, ya lo contaré algún día. Siempre le fui leal, fiel no siempre.

Leal como un perro, fiel como un perro.

Pretextos para no tener sexo

Según encuesta realizada entre mis amigas existen una serie de pretextos  que nos damos a nosotras mismas para no tener sexo, como por ejemplo:

  • Si no me rasuro me va a dar verguenza que el mae vea y entonces no me rasuraré y no tendré sexo.
  • Si uso mis peores calzones de abuelita me va a dar verguenza y no tendré sexo.
  • No me voy a bañar, porque me va a dar verguenza que el mae me huela y así no tendré sexo.
  • Igual voy a ir a su casa, aunque él esté solo, porque como tengo la menstruación no tendré sexo.
  • No me tomé la pastilla y estoy en los días que ovulo, así que no llevaré condones y él de fijo nunca tiene, entonces así no tendré sexo.
  • No me llevaré el cepillo de dientes porque así tendré un pretexto para decirle que no puedo dormir en su casa y como durante el día siempre hay gente en su casa, no tendré sexo.
  • Entre otros.

Seamos sinceras, con unas buenas ganas y un buen compañero no importan los pelos, los calzones rotos o feos, los sobacos mal olientes, la menstruación, la pastilla olvidada, la falta de condón o el aliento que tendremos por la mañana. Así que por favor, llevemos en nuestro bolso aquel condón por si acaso, bañémonos aunque sea para ir la tienda de la esquina, recordemos que si nos ponemos arriba será más difícil que las sábanas se manchen de sangre, nunca está de más un calzón y cepillo de dientes en el bolso. Y sobre lo de rasurarse no emito opiniones porque la verdad a mí me tienen bastante sin cuidado los pelos. Pero para aquellas que sienten que la necesitan, conozco una buena depiladora.

Vamos entonces, sinceridad y a tener sexo carajo!!!!!

La justa medida

Qué difícil que es saber la justa medida, las relaciones de pareja no funcionan como un libro de recetas, no podés ver los ingredientes y hacer todo perfectamente como dice el libro y ya salen bien. Hasta dónde uno cede y hasta dónde hace uno las cosas que le sientan bien, que le gusta hacer y hasta le gusta hacer para el otro.

Un día El Libre me dijo, aprenda a aceptar lo que le ofrecen, cómo se sentiría la otra persona si quiere darte algo y vos no lo aceptás. Cada día lo intento, ahora, cómo se siente uno si quiere dar algo y la otra persona no lo quiere aceptar, pues ya lo dijo El Libre, uno se siente mal.

Todo en la justa medida, cómo ser cariñoso sin invadir el espacio del otro, cómo amar sin que el otro se sienta obligado a sentir lo mismo, cómo ser libre sin por eso ser grosero con el otro o ignorar sus sentimientos, cómo no perderse en la relación y seguir nuestro camino, el que queremos, el que nos gusta, cómo compartir trechos en el camino porque eso es lo que nos hace sentir bien, como seguir siendo uno mas negociando porque se es cerca de otro.

La justa medida, parece que no sé cuál es la justa medida y me pierdo en kilos, metros, litros, cucharadas, piscas…

Un parque, un foco y el foconoco

Debo aclarar que foco es una linterna, por aquello de los regionalismos y que foconoco es la palabra que usaba mi mamá cuando éramos niños para referirse al trasero, ella decía «lávese bien el foconoco», o bien

«¿se lavó el foconoco?».

Una vez hechas las aclaraciones necesarias, ya podrán ir viendo por dónde va la cosa. Qué les diré, edad 20 años, edad del involucrado 21 años, nombre del parque…mmm mejor me lo reservo (imaginen uno de esos parques que son de ciudad, amplios, con lagos, pista para correr y andar en bici, con una montañita en el medio, si alguien lo adivina puede ponerlo en los comentarios) facilitadores, varios cocteles con contenido alcohólico.

Yo continuaba siendo muy, muy, muy católica. Tanto que cada vez que tenía sexo con El Traidor me iba a confesar con el cura del barrio. Lo cual no era muy difícil porque la casa parroquial quedaba bien a la mitad del camino entre la casa de El Traidor y la mía, así que saliendo de su casa, ya pasaba yo a hablar con el padre, con el pecado calentico. Así maté varias veces dos pájaros de un tiro.

Sin embargo, este día no estábamos en su casa, este día yo me levanté en armas y dije «Ah no Traidor, nunca salimos, hagamos algo, usted nunca sale conmigo» y entonces más por no escucharme reclamos que por ganas, El Traidor salió conmigo, nos fuimos a un bar, bebimos algunos cocteles y después caminamos hasta un parque para agarrar el bus.

Pero como el «diablo» siempre anda un paso adelante, en un beso que va y uno que viene nos fuimos metiendo al parque, había un bus abandonado dentro del parque, no muy lejos de la calle principal. Nos arrecostamos al bus, hasta hubiera quedado reluciente si no fuera porque en medio de «todo», sentimos un foco alumbrándonos el foconoco. Entonces comenzamos a subirnos los pantalones desesperadamente, pero ya saben ustedes que entre más rápido quiere uno hacer las cosas más desastres hace. Y en medio de todo esto los dos señores que sujetaban el foco le daban un sermón a El Traidor. Que cómo se le ocurría traer a la chiquita aquí, que qué falta de consideración, que qué poca verguenza, que imagínese si fuéramos policías los íbamos a arrestar, que agradeciera que ellos eran sólo guardas y no policías, que, que, que…

Yo, dignamente, ya con mis pantalones a la cintura, me dirijí hasta la parada del bus y cuando estábamos los dos callados en la acera le dije: «Mire Traidor, ahora sí que nunca más lo voy a hacer con usted, vió, Dios nos castigó por estar en pecado, eso fue un aviso».

Y claro, no dicen que Dios da la luz, que Dios es luz, qué más luz quiere uno que la de un foco en el foconoco.

P.d: al día siguiente como de costumbre, me fui a confesar.

Palabras

Las palabras son sólo eso, palabras…pues no, las palabras son energía, son la materialización de cosas que tenemos dentro…Las palabras son efímeras…no siempre, algunas nos martillan toda la vida, otras nos acarician toda la vida. Si nada en el mundo se crea ni se destruye, sólo se transforma, entonces las palabras dichas que son ondas sonoras ya fueron otra cosa antes, entran al mundo y se transforman en sensaciones, en sentimientos, en nuevas energías. Los silencios forman parte de las palabras porque las valorizan. Quisiera decirte en cada silencio lo que nunca me atrevo a decirte con palabras o quisiera poder decirte con palabras lo que mis temblorosos silencios revelan. Pero sé que hablar puede resultar inútil porque mis ondas no consiguen y aún si consiguiesen atravesar tu pecho, tal vez no tengan espacio para circular dentro de él, o tal vez sea que tus silencios las asustan, o tal vez yo no quiera asustar tus silencios. O ambos.
No quiero asustar tus silencios, pero tampoco quiero palabras asustadas. Abracemos tus silencios y mis palabras y así, un poco contaminados uno del otro, a lo mejor yo pueda callar más y vos callar menos, o vos podás hablar más y yo hablar menos.

Unos calzones fuccia de abuelita y mi primera vez

Qué tienen que ver unos calzones fuccia con un gran amor. Pues en principio, nada. Pero esta historia comienza cuando estaba en el cole. Como toda adolescente me enamoré de un compañero del colegio. Él era muy alto, tanto que los otros chicos le llamaban Largo, saben, aquel personaje de la película de los Locos Adams, porque además tenía unas grandes ojeras.

Largo y yo nos sentábamos en el mismo escritorio, y durante las clases él me pasaba tocando las piernas, a él siempre le gustaron mis piernas (modestia aparte, mis piernas son bonitas). Él y yo teníamos una relación bastante desequilibrada, yo estaba «enamorada» y él siempre negó hasta el día de hoy que tuvo algo conmigo. Podrán imaginarse que yo no era la más popular del cole, ni la más bonita, y sí la que sacaba las mejores notas.

Largo y yo teníamos encuentros a escondidas, besos escondidos y llamadas escondidas de la sociedad colegial que no podía saber que el chico estrella de fútbol tenía una aventura con la chica «sapa» del cole, (Entiéndase sapa, como aquella persona que saca buenas notas y le va bien en el estudio) de piernas bonitas, pero seguía siendo la «sapa».

Un año después de haber salido del cole, ya en la Universidad, seguía siendo yo la casta y la sapa, porque como era muy católica y ya sabemos que el sexo es prohibido, hasta que uno se case por la Santa Madre Iglesia, antes de eso es un gran pecado. Y yo que continuaba incólume, recibí una llamada telefónica. Quién era, era Largo. Largo tenía que cuidar la casa de su hermano y me estaba invitando a pasar la noche con él.

Yo en mi inocencia, y decidida a que no iba a pasar nada, fui. Pero antes de salir de mi casa adopté una estrategia , recurrí a mis calzones fuccia de viejita. Ellos me cubrían desde el ombligo hasta debajo de las nalgas, esos me los había regalado mi tía para que no se viera la panza cuando me pusiera un vestido. Así que mis calzones fuccia de abuelita y yo nos dirijimos a la ya mencionada casa. Yo estaba segura que como me daría mucha verguenza de que él me viera los calzones, pues yo no iba a tener sexo.

Sin embargo, y con un fondo musical que estaba pasando por la tele (mamá no quiero comer más huevo, huevo) hit de los noventa, me olvidé de mis calzones y de mi pudor y de que Largo era un imbécil y de que yo era católica y de que «eso» era pecado y de que estaba sonando una canción (mamá no quiero comer más huevo, huevo).

Consejo, no nos engañemos, unos calzones fuccia no son suficientes, en todo caso, rindámonos, que queda mejor uno más sexy y pequeño, bueno, tampoco, porque quién dice que los hombres ven la ropa interior. Pero volviendo al tema, está comprobado, la primera vez va a pasar, de nada sirven los calzones de abuelita : )